FOUSTEL DE COULANGES
“La Ciudad Antigua”
México: Porrúa, 1978
LIBRO II - CAPÍTULO II: EL MATRIMONIO
“La Ciudad Antigua”
México: Porrúa, 1978
LIBRO II - CAPÍTULO II: EL MATRIMONIO
La primera institución establecida por la religión doméstica fue, probablemente, el matrimonio.
Hay que observar que esta religión del hogar y de los antepasados, que se transmitía de varón en varón, no pertenecía exclusivamente al hombre: la mujer tenía su parte en el culto. Soltera, asistía a los actos religiosos de su padre; casada, a los de su marido.
Ya por esto solo se presiente el carácter esencial de la unión conyugal entre los antiguos. Dos familias viven una al lado de la otra, pero tienen dioses diferentes. En una de ellas hay una jovencita que, desde la infancia, toma parte en la religión de su padre; invoca a su hogar; todos los días le ofrece libaciones; lo rodea de flores y guirnaldas en los días de fiesta; le implora su protección; le da las gracias por sus beneficios. Este hogar paternal es su dios. Si un joven de la familia vecina la pide en matrimonio, el asunto no se reducirá simplemente a pasar de una casa a otra. Se trata de abandonar el hogar paterno para invocar en adelante al hogar de su esposo. Se trata de cambiar de religión, de practicar otros ritos y de pronunciar otras oraciones. Se trata de abandonar al dios de su infancia para someterse al imperio de un dios que desconoce. Que no confíe en permanecer fiel al uno honrando al otro, pues en esta religión es un principio inmutable que una misma persona no puede invocar a dos hogares ni a dos series de antepasados. "A contar del matrimonio (dice un antiguo), la mujer ya no tiene nada de común con la religión doméstica de sus padres: sacrifica al hogar del marido."
El matrimonio es, pues, un acto grave para la joven, y no menos grave para el esposo; pues esta religión exige que se haya nacido cerca del hogar para tener el derecho de sacrificarle. Y, sin embargo, va a introducir cerca de su hogar a una extraña; con ella hará las ceremonias misteriosas de su culto, le revelará los ritos y las fórmulas que son patrimonio de su familia. Nada hay más precioso que esta herencia: estos dioses, estos ritos, estos himnos que ha recibido de sus padres es lo que le protege en la vida, lo que le promete la riqueza, la felicidad, la virtud. Lejos ahora de conservar para sí esta fuerza tutelar como el salvaje guarda su ídolo o su amuleto, va a admitir a una mujer para que la comparta.
Así, cuando se explora en el pensamiento de estos hombres antiguos, se observa la importancia que tenía para ellos la unión conyugal y cuan necesaria era para ésta la intervención religiosa. ¿No era preciso que por alguna ceremonia sagrada fuese iniciada la joven en el culto que iba a observar en lo sucesivo? Para convertirse en sacerdotisa de este hogar, al que el nacimiento no la ligaba, ¿no necesitaba una especie de ordenación o de adopción?
El matrimonio era la ceremonia santa que había de producir esos grandes efectos. Es habitual en los escritores latinos o griegos designar el matrimonio con palabras que denotan un acto religioso. Póllux, que vivía en tiempos de los Antoninos, pero que poseía toda una antigua literatura que no ha llegado hasta nosotros, dice que en los antiguos tiempos, en vez de designar al matrimonio por su nombre particular, se le designaba sencillamente con un nombre que significaba “ceremonia sagrada”, como si el matrimonio hubiese sido en esos tiempos la ceremonia sagrada por excelencia.
Pues bien; la religión que consumaba el matrimonio no era la de Júpiter, ni la de Juno, o de los otros dioses del Olimpo. La ceremonia no se realizaba en el templo, sino en la casa, y la presidía el dios doméstico. Es verdad que cuando la religión de los dioses del cielo adquirió preponderancia, no fue posible impedir que también se les invocase en las oraciones del matrimonio; y hasta se adquirió la costumbre de dirigirse previamente a los templos y de ofrecer sacrificios a los dioses, a lo que se daba el nombre de “preludios del matrimonio”. Pero la parte principal y esencial de la ceremonia había de celebrarse siempre ante el hogar doméstico.
La ceremonia del matrimonio entre los griegos se componía, por decirlo así, de tres actos. El primero, ante el hogar del padre, el tercero, en el hogar del marido, el segundo era el tránsito del uno al otro.
1° En la casa paterna y en presencia del pretendiente, el padre, rodeado ordinariamente de su familia, ofrece un sacrificio. Terminado éste, pronuncia una fórmula sacramental declarando que entrega su hija al joven. Ésta declaración es absolutamente necesaria en el matrimonio, pues la joven no podría ir, antes de esto, a adorar al hogar de su esposo si su padre no la hubiese desligado previamente del hogar paterno. Para que entre en la nueva religión debe estar exenta de todo lazo y de toda conexión con su religión primera.
2° Se transporta a la joven a casa del marido. En ocasiones es el marido mismo quien la conduce. En algunas ciudades, el cuidado de conducir a la joven corresponde a uno de esos hombres que estaban revestidos entre los griegos de carácter sacerdotal y recibían el nombre de “heraldos”. Ordinariamente se coloca a la joven en un carro, el rostro cubierto con un velo y en la cabeza una corona.
Como frecuentemente tendremos ocasión de ver, la corona se usaba en todas las ceremonias del culto. Su traje era blanco. Blanco era el color de los trajes en todos los actos religiosos. Se la precede con una antorcha: es la antorcha nupcial. Durante todo el recorrido se canta en torno de ella un himno religioso. Llamábase a este himno el “himeneo”, y la importancia de este canto sagrado era tan grande que se daba su nombre a toda la ceremonia.
La joven no entra por su pie en la nueva morada. Es preciso que su marido la alce, que simule un rapto, que ella profiera algunos gritos y que las mujeres que la acompañan simulen defenderla. ¿Por qué este rito? ¿Es un símbolo del pudor de la joven? Parece poco probable; el momento del pudor aún no ha llegado, pues lo primero que se va a realizar en esta casa es un acto religioso. ¿No se quiere más bien indicar fuertemente que la mujer que va a sacrificar en este hogar no tiene por sí misma ningún derecho en él, y que no se acerca por efecto de su voluntad, y que es preciso que el dueño de la casa y del dios la introduzca allí por un acto de su poder? Sea lo que sea, tras una lucha simulada, el esposo la alza en sus brazos y la hace pasar la puerta, pero teniendo buen cuidado de que sus pies no toquen el umbral. Lo que precede sólo es preparación y preludio de la ceremonia. El acto sagrado va a comenzar en la casa.
3° Acercándose al hogar, se coloca a la esposa en presencia de la divinidad doméstica. Se la rocía de agua lustral y toca el fuego sagrado. Se recitan algunas oraciones. Luego comparten ambos esposos, una torta, un pan, algunas frutas. Esta especie de ligera comida que comienza y termina con una libación y una oración, este reparto de la comida en presencia del hogar, coloca a los dos esposos en mutua comunión religiosa y en comunión con los dioses domésticos.
Esta torta, comida mientras se recitan las oraciones, en presencia y ante los ojos de las divinidades de la familia, es lo que realiza la unión santa del esposo y de la esposa. Desde este punto quedan asociados en el mismo culto. La mujer tiene los mismos dioses, los mismos ritos, las mismas oraciones, las mismas fiestas que su marido. Quiere decir que la mujer ha entrado a participar en la religión del marido, esta mujer que, como dice Platón, los dioses mismos han introducido en la casa.
La mujer así casada sigue profesando el culto de los muertos, pero ya no lleva a sus propios antepasados la comida fúnebre; ya no tiene tal derecho. El matrimonio la ha desligado completamente de la familia de su padre y ha roto todas sus relaciones religiosas con ella. Ahora lleva la ofrenda a los antepasados de su marido; pertenece a su familia; ellos se han convertido en sus antepasados. El matrimonio ha sido para ella un segundo nacimiento. En lo sucesivo es la hija de su marido. No se puede pertenecer a dos familias ni a dos religiones domésticas; la mujer se encuentra íntegramente en la familia y en la religión de su marido.
La institución del matrimonio sagrado debe ser tan antigua en la raza indoeuropea como la religión doméstica, pues la una va aneja a la otra. Esta religión ha enseñado al hombre que la unión conyugal es algo más que una relación de sexos y un afecto pasajero, pues ha unido a dos esposos con los firmes lazos del mismo culto y de las mismas creencias. La ceremonia de las nupcias era, por otra parte, tan solemne y producía efectos tan graves, que no debe causar sorpresa que esos hombres sólo la hayan creído lícita y posible para una sola mujer en cada casa. Tal religión no podía admitir la poligamia.
Hasta se concibe que esa unión fuese indisoluble y el divorcio casi imposible. Para tal ruptura se necesitaba otra ceremonia sagrada, pues sólo la religión podía desunir lo que la religión había unido. Los esposos que querían separarse comparecían por última vez ante el hogar común; un sacerdote y algunos testigos se encontraban presentes. Se ofrecía a los esposos, como en el día del casamiento, una torta de flor de harina. Pero probablemente, en vez de compartirla, la rechazaban. Luego, en lugar de oraciones, pronunciaban fórmulas "de un carácter extraño, severo, rencoroso, espantoso"; una especie de maldición por la que la mujer renunciaba al culto y a los dioses de su marido. Desde este momento el lazo religioso quedaba roto. Cesando la comunidad del culto, cualquier otra comunidad cesaba de pleno derecho, y el matrimonio quedaba disuelto.
Conforme al texto Explique:
1.- ¿Por qué se afirma que la mujer casada se transformaba en la “hija de su marido”?
2.- ¿Qué aspectos de la ceremonia matrimonial griega han perdurado hasta la actualidad?
3.- ¿Cómo es posible explicar hoy la tradición matrimonial de que el marido traspase en brazos a su mujer por el dintel de la puerta?
4.- ¿Qué elementos del antiguo matrimonio griego, ya no es posible encontrar en el actual?
5.- Los siguientes conceptos: himeneo, ceremonia agrada, preludios del matrimonio, heraldos.
Hay que observar que esta religión del hogar y de los antepasados, que se transmitía de varón en varón, no pertenecía exclusivamente al hombre: la mujer tenía su parte en el culto. Soltera, asistía a los actos religiosos de su padre; casada, a los de su marido.
Ya por esto solo se presiente el carácter esencial de la unión conyugal entre los antiguos. Dos familias viven una al lado de la otra, pero tienen dioses diferentes. En una de ellas hay una jovencita que, desde la infancia, toma parte en la religión de su padre; invoca a su hogar; todos los días le ofrece libaciones; lo rodea de flores y guirnaldas en los días de fiesta; le implora su protección; le da las gracias por sus beneficios. Este hogar paternal es su dios. Si un joven de la familia vecina la pide en matrimonio, el asunto no se reducirá simplemente a pasar de una casa a otra. Se trata de abandonar el hogar paterno para invocar en adelante al hogar de su esposo. Se trata de cambiar de religión, de practicar otros ritos y de pronunciar otras oraciones. Se trata de abandonar al dios de su infancia para someterse al imperio de un dios que desconoce. Que no confíe en permanecer fiel al uno honrando al otro, pues en esta religión es un principio inmutable que una misma persona no puede invocar a dos hogares ni a dos series de antepasados. "A contar del matrimonio (dice un antiguo), la mujer ya no tiene nada de común con la religión doméstica de sus padres: sacrifica al hogar del marido."
El matrimonio es, pues, un acto grave para la joven, y no menos grave para el esposo; pues esta religión exige que se haya nacido cerca del hogar para tener el derecho de sacrificarle. Y, sin embargo, va a introducir cerca de su hogar a una extraña; con ella hará las ceremonias misteriosas de su culto, le revelará los ritos y las fórmulas que son patrimonio de su familia. Nada hay más precioso que esta herencia: estos dioses, estos ritos, estos himnos que ha recibido de sus padres es lo que le protege en la vida, lo que le promete la riqueza, la felicidad, la virtud. Lejos ahora de conservar para sí esta fuerza tutelar como el salvaje guarda su ídolo o su amuleto, va a admitir a una mujer para que la comparta.
Así, cuando se explora en el pensamiento de estos hombres antiguos, se observa la importancia que tenía para ellos la unión conyugal y cuan necesaria era para ésta la intervención religiosa. ¿No era preciso que por alguna ceremonia sagrada fuese iniciada la joven en el culto que iba a observar en lo sucesivo? Para convertirse en sacerdotisa de este hogar, al que el nacimiento no la ligaba, ¿no necesitaba una especie de ordenación o de adopción?
El matrimonio era la ceremonia santa que había de producir esos grandes efectos. Es habitual en los escritores latinos o griegos designar el matrimonio con palabras que denotan un acto religioso. Póllux, que vivía en tiempos de los Antoninos, pero que poseía toda una antigua literatura que no ha llegado hasta nosotros, dice que en los antiguos tiempos, en vez de designar al matrimonio por su nombre particular, se le designaba sencillamente con un nombre que significaba “ceremonia sagrada”, como si el matrimonio hubiese sido en esos tiempos la ceremonia sagrada por excelencia.
Pues bien; la religión que consumaba el matrimonio no era la de Júpiter, ni la de Juno, o de los otros dioses del Olimpo. La ceremonia no se realizaba en el templo, sino en la casa, y la presidía el dios doméstico. Es verdad que cuando la religión de los dioses del cielo adquirió preponderancia, no fue posible impedir que también se les invocase en las oraciones del matrimonio; y hasta se adquirió la costumbre de dirigirse previamente a los templos y de ofrecer sacrificios a los dioses, a lo que se daba el nombre de “preludios del matrimonio”. Pero la parte principal y esencial de la ceremonia había de celebrarse siempre ante el hogar doméstico.
La ceremonia del matrimonio entre los griegos se componía, por decirlo así, de tres actos. El primero, ante el hogar del padre, el tercero, en el hogar del marido, el segundo era el tránsito del uno al otro.
1° En la casa paterna y en presencia del pretendiente, el padre, rodeado ordinariamente de su familia, ofrece un sacrificio. Terminado éste, pronuncia una fórmula sacramental declarando que entrega su hija al joven. Ésta declaración es absolutamente necesaria en el matrimonio, pues la joven no podría ir, antes de esto, a adorar al hogar de su esposo si su padre no la hubiese desligado previamente del hogar paterno. Para que entre en la nueva religión debe estar exenta de todo lazo y de toda conexión con su religión primera.
2° Se transporta a la joven a casa del marido. En ocasiones es el marido mismo quien la conduce. En algunas ciudades, el cuidado de conducir a la joven corresponde a uno de esos hombres que estaban revestidos entre los griegos de carácter sacerdotal y recibían el nombre de “heraldos”. Ordinariamente se coloca a la joven en un carro, el rostro cubierto con un velo y en la cabeza una corona.
Como frecuentemente tendremos ocasión de ver, la corona se usaba en todas las ceremonias del culto. Su traje era blanco. Blanco era el color de los trajes en todos los actos religiosos. Se la precede con una antorcha: es la antorcha nupcial. Durante todo el recorrido se canta en torno de ella un himno religioso. Llamábase a este himno el “himeneo”, y la importancia de este canto sagrado era tan grande que se daba su nombre a toda la ceremonia.
La joven no entra por su pie en la nueva morada. Es preciso que su marido la alce, que simule un rapto, que ella profiera algunos gritos y que las mujeres que la acompañan simulen defenderla. ¿Por qué este rito? ¿Es un símbolo del pudor de la joven? Parece poco probable; el momento del pudor aún no ha llegado, pues lo primero que se va a realizar en esta casa es un acto religioso. ¿No se quiere más bien indicar fuertemente que la mujer que va a sacrificar en este hogar no tiene por sí misma ningún derecho en él, y que no se acerca por efecto de su voluntad, y que es preciso que el dueño de la casa y del dios la introduzca allí por un acto de su poder? Sea lo que sea, tras una lucha simulada, el esposo la alza en sus brazos y la hace pasar la puerta, pero teniendo buen cuidado de que sus pies no toquen el umbral. Lo que precede sólo es preparación y preludio de la ceremonia. El acto sagrado va a comenzar en la casa.
3° Acercándose al hogar, se coloca a la esposa en presencia de la divinidad doméstica. Se la rocía de agua lustral y toca el fuego sagrado. Se recitan algunas oraciones. Luego comparten ambos esposos, una torta, un pan, algunas frutas. Esta especie de ligera comida que comienza y termina con una libación y una oración, este reparto de la comida en presencia del hogar, coloca a los dos esposos en mutua comunión religiosa y en comunión con los dioses domésticos.
Esta torta, comida mientras se recitan las oraciones, en presencia y ante los ojos de las divinidades de la familia, es lo que realiza la unión santa del esposo y de la esposa. Desde este punto quedan asociados en el mismo culto. La mujer tiene los mismos dioses, los mismos ritos, las mismas oraciones, las mismas fiestas que su marido. Quiere decir que la mujer ha entrado a participar en la religión del marido, esta mujer que, como dice Platón, los dioses mismos han introducido en la casa.
La mujer así casada sigue profesando el culto de los muertos, pero ya no lleva a sus propios antepasados la comida fúnebre; ya no tiene tal derecho. El matrimonio la ha desligado completamente de la familia de su padre y ha roto todas sus relaciones religiosas con ella. Ahora lleva la ofrenda a los antepasados de su marido; pertenece a su familia; ellos se han convertido en sus antepasados. El matrimonio ha sido para ella un segundo nacimiento. En lo sucesivo es la hija de su marido. No se puede pertenecer a dos familias ni a dos religiones domésticas; la mujer se encuentra íntegramente en la familia y en la religión de su marido.
La institución del matrimonio sagrado debe ser tan antigua en la raza indoeuropea como la religión doméstica, pues la una va aneja a la otra. Esta religión ha enseñado al hombre que la unión conyugal es algo más que una relación de sexos y un afecto pasajero, pues ha unido a dos esposos con los firmes lazos del mismo culto y de las mismas creencias. La ceremonia de las nupcias era, por otra parte, tan solemne y producía efectos tan graves, que no debe causar sorpresa que esos hombres sólo la hayan creído lícita y posible para una sola mujer en cada casa. Tal religión no podía admitir la poligamia.
Hasta se concibe que esa unión fuese indisoluble y el divorcio casi imposible. Para tal ruptura se necesitaba otra ceremonia sagrada, pues sólo la religión podía desunir lo que la religión había unido. Los esposos que querían separarse comparecían por última vez ante el hogar común; un sacerdote y algunos testigos se encontraban presentes. Se ofrecía a los esposos, como en el día del casamiento, una torta de flor de harina. Pero probablemente, en vez de compartirla, la rechazaban. Luego, en lugar de oraciones, pronunciaban fórmulas "de un carácter extraño, severo, rencoroso, espantoso"; una especie de maldición por la que la mujer renunciaba al culto y a los dioses de su marido. Desde este momento el lazo religioso quedaba roto. Cesando la comunidad del culto, cualquier otra comunidad cesaba de pleno derecho, y el matrimonio quedaba disuelto.
Conforme al texto Explique:
1.- ¿Por qué se afirma que la mujer casada se transformaba en la “hija de su marido”?
2.- ¿Qué aspectos de la ceremonia matrimonial griega han perdurado hasta la actualidad?
3.- ¿Cómo es posible explicar hoy la tradición matrimonial de que el marido traspase en brazos a su mujer por el dintel de la puerta?
4.- ¿Qué elementos del antiguo matrimonio griego, ya no es posible encontrar en el actual?
5.- Los siguientes conceptos: himeneo, ceremonia agrada, preludios del matrimonio, heraldos.
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