Presentación

He creado esta página con la intención de mantener un contacto más directo con mis alumnos de la carrera de Bibliotecología y Periodismo de la Universidad de Playa Ancha, a través de la cual incorporaré permanentemente textos de estudio, guías de reforzamiento, mapas conceptuales, mapas dinámicos, informaciones y otros recursos didácticos destinados a facilitarles el aprendizaje de los contenidos programáticos.

jueves, 7 de mayo de 2009

Lectura Complementaria: Foustel de Cuolanges

FOUSTEL DE COULANGES
“La Ciudad Antigua”
México: Porrúa, 1978

LIBRO II - CAPÍTULO II: EL MATRIMONIO

La primera institución establecida por la religión doméstica fue, pro­bablemente, el matrimonio.
Hay que observar que esta reli­gión del hogar y de los antepasados, que se transmitía de varón en varón, no pertenecía exclusivamente al hombre: la mujer tenía su parte en el culto. Soltera, asistía a los ac­tos religiosos de su padre; casada, a los de su marido.
Ya por esto solo se presiente el carácter esencial de la unión con­yugal entre los antiguos. Dos fami­lias viven una al lado de la otra, pero tienen dioses diferentes. En una de ellas hay una jovencita que, desde la infancia, toma parte en la religión de su padre; invoca a su hogar; todos los días le ofrece li­baciones; lo rodea de flores y guir­naldas en los días de fiesta; le im­plora su protección; le da las gra­cias por sus beneficios. Este hogar paternal es su dios. Si un joven de la familia vecina la pide en matri­monio, el asunto no se reducirá simplemente a pasar de una casa a otra. Se trata de abandonar el ho­gar paterno para invocar en ade­lante al hogar de su esposo. Se tra­ta de cambiar de religión, de prac­ticar otros ritos y de pronunciar otras oraciones. Se trata de aban­donar al dios de su infancia para someterse al imperio de un dios que desconoce. Que no confíe en per­manecer fiel al uno honrando al otro, pues en esta religión es un principio inmutable que una mis­ma persona no puede invocar a dos hogares ni a dos series de antepa­sados. "A contar del matrimonio (dice un antiguo), la mujer ya no tiene nada de común con la religión doméstica de sus padres: sa­crifica al hogar del marido."
El matrimonio es, pues, un acto grave para la joven, y no menos grave para el esposo; pues esta religión exige que se haya nacido cerca del hogar para tener el dere­cho de sacrificarle. Y, sin embargo, va a introducir cerca de su hogar a una extraña; con ella hará las ce­remonias misteriosas de su culto, le revelará los ritos y las fórmulas que son patrimonio de su familia. Nada hay más precioso que esta herencia: estos dioses, estos ritos, estos himnos que ha recibido de sus pa­dres es lo que le protege en la vida, lo que le promete la riqueza, la felicidad, la virtud. Lejos ahora de conservar para sí esta fuerza tutelar como el salvaje guarda su ído­lo o su amuleto, va a admitir a una mujer para que la comparta.
Así, cuando se explora en el pen­samiento de estos hombres antiguos, se observa la importancia que tenía para ellos la unión conyugal y cuan necesaria era para ésta la intervención religiosa. ¿No era preciso que por alguna ceremonia sa­grada fuese iniciada la joven en el culto que iba a observar en lo sucesivo? Para convertirse en sacer­dotisa de este hogar, al que el na­cimiento no la ligaba, ¿no necesitaba una especie de ordenación o de adopción?
El matrimonio era la ceremonia santa que había de producir esos grandes efectos. Es habitual en los escritores latinos o griegos designar el matrimonio con palabras que de­notan un acto religioso. Póllux, que vivía en tiempos de los Antoninos, pero que poseía toda una antigua literatura que no ha llega­do hasta nosotros, dice que en los antiguos tiempos, en vez de desig­nar al matrimonio por su nombre particular, se le designaba sencillamente con un nombre que significaba “ceremonia sagrada”, como si el matrimonio hubiese sido en esos tiempos la ceremonia sa­grada por excelencia.
Pues bien; la religión que consu­maba el matrimonio no era la de Júpiter, ni la de Juno, o de los otros dioses del Olimpo. La ceremonia no se realizaba en el templo, sino en la casa, y la presidía el dios doméstico. Es verdad que cuando la religión de los dioses del cielo ad­quirió preponderancia, no fue posible impedir que también se les in­vocase en las oraciones del matri­monio; y hasta se adquirió la costumbre de dirigirse previamente a los templos y de ofrecer sacrificios a los dioses, a lo que se daba el nombre de “preludios del matrimo­nio”. Pero la parte principal y esen­cial de la ceremonia había de celebrarse siempre ante el hogar do­méstico.
La ceremonia del matrimonio en­tre los griegos se componía, por de­cirlo así, de tres actos. El primero, ante el hogar del padre, el tercero, en el hogar del marido, el segundo era el tránsito del uno al otro.
1° En la casa paterna y en pre­sencia del pretendiente, el padre, rodeado ordinariamente de su fa­milia, ofrece un sacrificio. Termi­nado éste, pronuncia una fórmula sacramental declarando que entrega su hija al joven. Ésta declaración es absolutamente necesaria en el matrimonio, pues la joven no podría ir, antes de esto, a adorar al hogar de su esposo si su padre no la hu­biese desligado previamente del ho­gar paterno. Para que entre en la nueva religión debe estar exenta de todo lazo y de toda conexión con su religión primera.
2° Se transporta a la joven a casa del marido. En ocasiones es el marido mismo quien la conduce. En algunas ciudades, el cuidado de conducir a la joven correspon­de a uno de esos hombres que es­taban revestidos entre los griegos de carácter sacerdotal y recibían el nombre de “heraldos”. Ordinaria­mente se coloca a la joven en un carro, el rostro cubierto con un velo y en la cabeza una corona.
Como frecuentemente tendremos ocasión de ver, la corona se usaba en todas las ceremonias del culto. Su traje era blanco. Blanco era el color de los trajes en todos los ac­tos religiosos. Se la precede con una antorcha: es la antorcha nupcial. Durante todo el recorrido se canta en torno de ella un himno religioso. Llamábase a este himno el “himeneo”, y la importancia de este canto sagrado era tan grande que se daba su nombre a toda la cere­monia.
La joven no entra por su pie en la nueva morada. Es preciso que su marido la alce, que simule un rap­to, que ella profiera algunos gritos y que las mujeres que la acompañan simulen defenderla. ¿Por qué este rito? ¿Es un símbolo del pudor de la joven? Parece poco probable; el momento del pudor aún no ha llegado, pues lo primero que se va a realizar en esta casa es un acto religioso. ¿No se quiere más bien indicar fuertemente que la mujer que va a sacrificar en este hogar no tiene por sí misma ningún dere­cho en él, y que no se acerca por efecto de su voluntad, y que es pre­ciso que el dueño de la casa y del dios la introduzca allí por un acto de su poder? Sea lo que sea, tras una lucha simulada, el esposo la alza en sus brazos y la hace pasar la puerta, pero teniendo buen cui­dado de que sus pies no toquen el umbral. Lo que precede sólo es prepara­ción y preludio de la ceremonia. El acto sagrado va a comenzar en la casa.
3° Acercándose al hogar, se coloca a la esposa en presencia de la divinidad doméstica. Se la rocía de agua lustral y toca el fuego sagra­do. Se recitan algunas oraciones. Luego comparten ambos esposos, una torta, un pan, algunas frutas. Esta especie de ligera comida que comienza y termina con una libación y una oración, este reparto de la comida en presencia del ho­gar, coloca a los dos esposos en mutua comunión religiosa y en comunión con los dioses domésticos.
Esta torta, comida mientras se recitan las oraciones, en presencia y ante los ojos de las divinidades de la familia, es lo que realiza la unión santa del esposo y de la espo­sa. Desde este punto quedan aso­ciados en el mismo culto. La mujer tiene los mismos dioses, los mismos ritos, las mismas oraciones, las mis­mas fiestas que su marido. Quiere decir que la mujer ha entrado a participar en la reli­gión del marido, esta mujer que, como dice Platón, los dioses mis­mos han introducido en la casa.
La mujer así casada sigue profe­sando el culto de los muertos, pero ya no lleva a sus propios antepasa­dos la comida fúnebre; ya no tiene tal derecho. El matrimonio la ha desligado completamente de la fa­milia de su padre y ha roto todas sus relaciones religiosas con ella. Ahora lleva la ofrenda a los ante­pasados de su marido; pertenece a su familia; ellos se han convertido en sus antepasados. El matrimonio ha sido para ella un segundo naci­miento. En lo sucesivo es la hija de su marido. No se puede pertene­cer a dos familias ni a dos religio­nes domésticas; la mujer se encuen­tra íntegramente en la familia y en la religión de su marido.
La institución del matrimonio sagrado debe ser tan antigua en la raza indoeuropea como la religión doméstica, pues la una va aneja a la otra. Esta religión ha enseñado al hombre que la unión conyugal es algo más que una relación de sexos y un afecto pasajero, pues ha unido a dos esposos con los firmes lazos del mismo culto y de las mismas creencias. La ceremonia de las nup­cias era, por otra parte, tan solem­ne y producía efectos tan graves, que no debe causar sorpresa que esos hombres sólo la hayan creído lícita y posible para una sola mujer en cada casa. Tal religión no podía admitir la poligamia.
Hasta se concibe que esa unión fuese indisoluble y el divorcio casi imposible. Para tal ruptura se necesitaba otra ceremonia sagrada, pues sólo la religión podía desunir lo que la religión había unido. Los esposos que querían separarse comparecían por últi­ma vez ante el hogar común; un sacerdote y algunos testigos se encontraban presentes. Se ofrecía a los esposos, como en el día del casa­miento, una torta de flor de harina. Pero probablemente, en vez de compartirla, la rechazaban. Luego, en lugar de oraciones, pronun­ciaban fórmulas "de un carácter extraño, severo, rencoroso, espanto­so"; una especie de maldición por la que la mujer renunciaba al culto y a los dioses de su marido. Desde este momento el lazo religio­so quedaba roto. Cesando la comu­nidad del culto, cualquier otra co­munidad cesaba de pleno derecho, y el matrimonio quedaba disuelto.

Conforme al texto Explique:

1.- ¿Por qué se afirma que la mujer casada se transformaba en la “hija de su marido”?
2.- ¿Qué aspectos de la ceremonia matrimonial griega han perdurado hasta la actualidad?
3.- ¿Cómo es posible explicar hoy la tradición matrimonial de que el marido traspase en brazos a su mujer por el dintel de la puerta?
4.- ¿Qué elementos del antiguo matrimonio griego, ya no es posible encontrar en el actual?
5.- Los siguientes conceptos: himeneo, ceremonia agrada, preludios del matrimonio, heraldos.

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