NOTA
DEL EMBAJADOR CHILENO EN LA PAZ ABRAHAM KONIG AL MINISTRO DE RREE DE BOLIVIA
ELIODORO VILLAZÓN 1900
Legación de Chile.
La Paz, Agosto 13 de
1900.
Señor Ministro:
Por V.E. he sabido la
determinación del Gobierno de Bolivia de dejar al Congreso Nacional el estudio
y resolución de nuestras propuestas de arreglo y para facilitar una y otra
cosa, tengo la honra de poner en manos de V.E. la presente nota, que contiene una
suscinta explicación de las bases definitivas de paz aceptadas por mi Gobierno.
Sometidas dichas bases al
juicio del Congreso Boliviano, he considerado útil que los representantes del
pueblo tengan cabal conocimiento de su texto y de las razones que lo justifican.
En cumplimiento de las instrucciones
de mi Gobierno y partiendo del antecedente aceptado por ambos países de que el
antiguo litoral boliviano es y será siempre para Chile, tuve el honor de
presentar a V.E. las siguientes bases de un tratado de paz y amistad:
El Gobierno de Chile, estará
dispuesto a trueque de celebrar el tratado de paz con Bolivia, a otorgar, en
cambio de la cesión definitiva del litoral boliviano que hoy ocupamos en virtud
del Pacto de Tregua, las siguientes compensaciones:
a) Hacerse cargo y
comprometerse al pago de las obligaciones contraídas por el Gobierno de Bolivia
a favor de las Empresas mineras de Huanchaca, Corocoro y Oruro y del saldo del
empréstito boliviano levantado en Chile
en 1867, una vez deducidas las cantidades que hubiesen sido de abono a
esa cuenta según el artículo 6° del Pacto de Tregua.
Chile podría, asimismo,
satisfacer los siguientes créditos que pesaban sobre el litoral boliviano: -el
que corresponde a los bonos emitidos para la construcción del ferrocarril de
Mejillones a Caracoles; el crédito a favor de don Pedro López Gama,
representado en la actualidad por la casa de Alsop y Cª de Valparaíso; el de
don Enrique Meiggs, representado por don Eduardo Squire, procedente del
contrato celebrado por el primero con el Gobierno de Bolivia en 20 de mayo de
1876 sobre arrendamiento de las salitreras fiscales del Toco; y el reconocido a
favor de la familia de don Juan Garday. Estos créditos serán objeto de
particular liquidación y de una especificación detallada en un protocolo
complementario.
b) Una suma de dinero que será
fijada de común acuerdo por ambos gobiernos y que deberá invertirse en la
construcción de un ferrocarril que, o bien una algún puerto de nuestra costa
con el interior de Bolivia o bien sea la prolongación del actual ferrocarril de
Oruro.
A juicio del infrascrito, esta
suma no deberá exceder de seis millones de pesos y la determinación de los
puntos de partida y de término, como el trazado y demás condiciones del
ferrocarril, serán resueltos de común acuerdo por ambos gobiernos,
c) El puerto elegido para punto
de partida de ese ferrocarril será declarado franco para los productos y
mercaderías que por él se internen en tránsito para Bolivia y para los
productos y mercaderías bolivianas que por el mismo se exporten.
En las diversas conferencias
que tuve con V.E., analizando las bases
anteriormente trascritas, V.E. me manifestó que, a su juicio las ofertas hechas no eran suficiente compensación del
litorial boliviano y que Bolivia necesitaba de un puerto y de absoluta libertad
comercial. El Gobierno de Bolivia estima que el Pacto de Tregua que favorece
excepcionalmente el comercio de Chile, es gravoso para Bolivia y ha dado origen
a reclamaciones de Potencias europeas. Bolivia mira su independencia comercial
como una consecuencia de su independencia política y quiere quedar en libertad
de desahuciar los tratados que la perjudican y de celebrar otros que le convengan, sin que esto signifique hostilidad a Chile, pues queda entendido que
en Chile las franquicias comerciales que concede a otras naciones.
Días después, y como resultado
natural de las conferencias, V.E. me comunicó las proposiciones acordadas por
el gobierno y que son las siguientes:
El gobierno de Chile se hace
cargo de las obligaciones contraídas por Bolivia a favor de las Empresas
mineras de Huanchaca, Corocoro y Oruro y del saldo del empréstito boliviano de
1867. Se hará cargo igualmente de los siguientes créditos que pesaban sobre el
litoral boliviano: -el que corresponde a los bonos emitidos para la
construcción del ferrocarril de Mejillones a Caracoles; el crédito a favor de
don Pedro Lópes Gama; el de don Enrique Meiggs, procedente del contrato
celebrado con Bolivia en 1876 sobre arrendamiento de las salitreras fiscales
del Toco y el reconocido a favor de la familia de don Juan Garday.
El gobierno de Chile se obliga
a ceder a Bolivia, de sus posesiones de la costa del Pacífico, el dominio
perpetuo de una zona de territorio que comprenda uno de los puertos actualmente
conocidos, la cual zona, situada al norte de aquellas posesiones, se extenderá
hasta la frontera boliviana.
Las relaciones comerciales
continuarán entre ambos Estados. En lo sucesivo, cada nación, consultando sus
propias conveniencias, podrá gravar o declarar libres de derechos fiscales y
municipales los productos naturales y manufacturados que se exporten por los
mismos puertos al extranjero, tendrán libre tránsito.
En cambio de estas condiciones,
el Gobierno de Bolivia está dispuesto a celebrar el Tratado de Paz que asegure
la cesión definitiva del litoral boliviano ocupado por Chile.
En las bases anteriores no se
toma en cuenta la oferta de seis millones de pesos destinados a la construcción
de un ferrocarril. Esta suma no es despreciable y puedo repetir aquí a V.E. lo
que he tenido ocasión de insinuarle diferentes veces, que mi Gobierno estaría
dispuesto a aumentarla si se aceptaran sus proposiciones de arreglo. No se
menciona tampoco la concesión de un puerto franco enteramente favorable al
comercio de Bolivia.
Sometidas las bases de la
Cancillería boliviana al estadio de mi Gobierno, no hubo inconveniente para
aceptar las dos cláusulas que se refieren a la libertad comercial.
Es entendido que Chile quedará
en las mismas condiciones que las Potencias que mas adelante celebren tratados
comerciales con Bolivia.
V.E. convendrá que esta
explicación no significa ninguna concesión hecha a mi país. La libertad
comercial de Bolivia, en un tratado celebrado con Chile, no lleva consigo idea
de hostilidad. Sería un contrasentido que mi país ajustara convenciones
destinadas a perjudicar su comercio.
V.E. me repitió, además, que si
Bolivia trabaja para conseguir su absoluta libertad comercial, lo hace por
razón de su independencia de nación y también con el objeto de desahuciar
tratados que han llegado a ser onerosos con el tiempo.
Como mi gobierno está animado
de los mejores propósitos, no ha habido dificultad en aceptar esta cláusula de
libertad comercial, dando así una prueba manifiesta del deseo de concluir
alguna vez con nuestras diferencias y de procurar el ensanche del comercio
boliviano.
Chile renuncia las positivas
ventajas consignadas en el Paco de Tregua y en el protocolo complementario a
dicho pacto, que favorecen su comercio,
a trueque de obtener una paz
estable y beneficiosa para ambos pueblos. En adelante no tendrá otras
franquicias comerciales que las que las que Bolivia tenga a bien acordar a
otras Potencias, Chile, en una palabra, hace una gran concesión a Bolivia.
De este estudio comparativo
aparece que la única dificultad que existe y que impide un arreglo que reclaman
a voces chilenos y bolivianos, es la segunda de las bases propuestas por el
Gobierno de Bolivia.
En obedecimiento, tal vez, a
opiniones de otro tiempo. V.E. consigna como una aspiración del pueblo
boliviano la de poseer a perpetuidad
“una zona de territorio que comprenda uno de los puertos actualmente
conocidos”. Esta zona deberá estar situada a la extremidad norte de las
posesiones chilenas y se extenderá hasta la frontera boliviana.
He aquí una exigencia
doblemente difícil y casi imposible de cumplir.
¿Dónde encontraremos, señor
ministro, una zona y un puerto que corresponda precisamente a la ubicación
señalada con tanta precisión en la cláusula citada?
Nuestra costa llega por el
norte hasta la quebrada de Camarones, en conformidad al Tratado de Paz
celebrado con el Perú. Siendo cosa sabida y entendida que Bolivia no pretende
zona ni puerto en el territorio de su antiguo litoral, no diviso, a la verdad,
de donde podríamos nosotros entregar a Bolivia lo que pide.
No habría chileno capaz de
firmar un tratado de paz con una cláusula semejante. Desde la quebrada de
Camarones al sur, hasta el estrecho de Magallanes, todas las poblaciones son
chilenas, netamente chilenas, formadas, desarrolladas y sustentadas con
nuestros nacionales, con nuestros capitales, con el sudor y el esfuerzo del
pueblo chileno. En esas poblaciones, incluyendo también el antiguo litoral de
Bolivia, no hay casi bolivianos. Conceder, pues, una zona y un puerto en esos
lugares sería entregar a nación extraña millares de familias chilenas, y esto
en plena paz, por para condescendencia graciosa.
Bolivia se presentaría en
actitud hostil y no tranquila y pacífica por el hecho sólo de sustentar tan
temeraria pretensión.
Ya en 1884, en las conferencias
que tuvieron lugar en Santiago entre los Ministros Plenipotenciarios de Bolivia
y el Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, y que dieron por resultado el
Pacto de Tregua, se trató este punto y quedó eliminado por consentimiento de
los mismos representantes de Bolivia.
Quedó convenido entonces que
una salida al Pacífico que produjera una solución de continuidad en el mismo
territorio chileno, es inaceptable por su propia naturaleza.
Y hace muy poco tiempo, en
1890, el Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de Bolivia en Chile,
en nota de 29 de Abril del año citado, dirijida a nuestro Ministro de
Relaciones Exteriores, reconoce lo mismo que los plenipotenciarios bolivianos
habían reconocido en 1884, esto es, que es inaceptable, por su propia
naturaleza, solicitar una zona de terreno que produjera una solución de
continuidad en el territorio de la República.
Creo, en consecuencia, que V.E.
no ha fijado su pensamiento en el territorio que se extiende al sur de
la quebrada de Camarones y que, por el
contrario,, al redactar la cláusula de que me ocupo, ha tenido constantemente
fija la atención en las provincias que se extienden al norte del límite
apuntado.
Es cierto que por el tratado
sobre transferencia de territorio, firmando el 18 de mayo de 1895, se estableció condicionalmente que “si a
consecuencia del plebiscito que haya de tener lugar en conformidad al Tratado
de Ancón, o a virtud de arreglos directos adquiriese la República de Chile el
dominio y soberanía permanente sobre los territorios de Tacna y Arica, se
obliga a transferirlos a la República de Bolivia en la misma forma y con la
misma extensión que los adquiera sin perjuicio de lo establecido en el artículo
II”; pero V.E. sabe que la condición no se ha cumplido y que su falta de
cumplimiento no es imputable al Gobierno de Chile.
En el momento actual, y es esto
lo importante, la Republica de Chile no ha adquirido todavía dominio y
soberanía permanente sobre los territorios de Tacna y Arica. Basar un tratado
de paz en un acontecimiento que no se ha realizado, que depende, en parte, de
voluntad agena, es hacer una obra deleznable y proceder a suscitar dificultades
en vez de ponerles término, es volver a caer en el mismo error que se padeció
en 1895.
Sería penoso entrar a averiguar
minuciosamente las causas que han retardado la aprobación constitucional de los
tratados de 1895; pero V.E. no debe olvidar que no han sido estraños a causa el
Protocolo adicional de 9 de diciembre de 1895 y el aclaratorio del anterior de
30 de abril de 1896. Dichos protocolos, especialmente el primero que contiene
exigencias bolivianas de última hora, forman con los tratados un solo cuerpo,
de tal manera que su falta de aprobación importa un desacuerdo sobre una base
fundamental que hace ineficaces todos los tratados de mayo de 1895.
La redacción de los tratados y
de los protocolos, la simple lectura de éstos documentos, revela a las claras
la buena voluntad del Gobierno de Chile. Plenamente quedó desmostrado entonces
el vivo deseo que tenía Chile de ganar y conservar la buena amistad de Bolivia,
pues al concederla a lo más rico de las provincias de Tacna y Arica, todo
espíritu imparcial tendrá que reconocer que procedía con extremada generosidad.
No se han perfeccionado esos
pactos, desgraciadamente; no se ha cumplido la condición estipulada. Fueron
pactos prematuros, muertos antes de nacer.
No habiéndose realizado el
plebiscito de que habla el Tratado de Ancón, nos encontramos hoy en la misma
situación jurídica que tenían ambos países en 1884.
Los Plenipotenciarios
bolivianos que negociaron el Pacto de Tregua, pidieron con instancia una salida
al Pacífico para Bolivia y creyeron que podrían obtenerla en el extremo norte
del territorio cedido temporalmente por el Perú. El Ministro de Relaciones
Exteriores de Chile se negó terminantemente
a esta petición. A su juicio esta petición no estaba siquiera dentro de
la esfera de acción y de las facultades del Gobierno: Chile no ha adquirido el
dominio de aquellos territorios, sino una mera expectativa sujeta a plazos y
condiciones estipulados en el Tratado de Ancon. No es dueño todavía y no debe
entonces tratar como si lo fuera.
Hoy podemos repetir iguales
conceptos. El plebiscito no se ha verificado; no es posible celebrar tratados
tomando por base acontecimientos que no se han realizado y que dependen, en
parte, de voluntad agena.
El gobierno y el pueblo de
Chile están vivamente interesados en que el plebiscito tenga lugar lo más
pronto posible, y el Gobierno y el pueblo desean que el acto se verifique en
condiciones que satisfagan las legítimas aspiraciones nacionales. Cuando llegue
el día de su celebración, esperamos confiadamente que el plebiscito será
favorable a Chile.
V.E. sabe que la opinión
pública de mi país se ha modificado notablemente a contar desde los últimos
días de 1895. Hoy no se piensa como en años pasados.
Es digno tema de meditación
para los hombres de estado de Bolivia investigar por qué un pueblo sesudo y
justiciero, como el pueblo chileno, tiene sobre Tacna y Arica ideas uniformes
muy distintas de las que manifestó públicamente en mayo de1895.
Para hablar con la claridad que
exigen a veces los negocios internacionales, menester es declarar que Bolivia
no debe contar con la transferencia de los territorios de Tacna y Arica, aunque
el plebiscito sea favorable a Chile. El pueblo chileno, con una uniformidad que
no se ve de ordinario en otras naciones, ha manifestado su voluntad de
conservar esos territorios como una justa compensación de los sacrificios de
todo orden impuestos al país.
No habría inconveniente para
ceder una zona al norte de Arica, es decir, en el extremo norte de las
posesiones chilenas en el Pacífico, conformándose a sí a la letra de la
cláusula segunda de las proposiciones del gobierno de Bolivia: pero la
naturaleza se opone a este buen deseo de nuestra parte. Al norte de Arica no
hay puerto, ni siquiera una caleta mediana; desde Arica hasta Sama la costa es
brava y casi inabordable.
Después de lo dicho, la
conclusión se impone por la fuerza. Chile no acepta la cesión de la zona y del
puerto pedidos por Bolivia, porque, a pesar de sus buenos propósitos, está en
la imposibilidad de satisfacer tales exigencias. No hay puerto que ceder. Al
sur de Camarones todos los puertos son chilenos, habitados casi en su totalidad
por ciudadanos chilenos; la concesión de una zona, además, en cualquiera
latitud, traería por resultado la división de nuestro país en dos trozos
separados; se produciría una solución de continuidad, lo que es inaceptable.
Entre la quebrada de Camarones y Arica, el único puerto que merece el nombre de
tal, es Arica, y éste lo necesita nuestro país, el dominio de los territorios
de Tacna y Arica no puede mantenerse sin la posesión y dominio del puerto. Al
norte de Arica la vista se pierde siguiendo las sinuosidades de una costa
inhospitalaria.
Aún en el caso de que mi país
deseara vehementemente dar cumplimiento a las aspiraciones de Bolivia, no sabrá
como realizarlas. Por la fuerza, entonces, tenemos que descartar esta
exigencia, que viene a impedir un acuerdo amigable entre los dos pueblos.
Cabe preguntar aquí, señor
Ministro, si Bolivia tiene necesidad imprescindible de un puerto en el
pacífico.
Me atrevo a dar una respuesta
negativa.
Son varias las consideraciones
que se hacen valer en apoyo de la cesión de un puerto, pero todas ellas pueden
condensarse en el siguiente pensamiento consignado en un importantísimo
documento gubernativo: “No ha podido llegarse a ningún acuerdo (con Chile)
porque se ha rechazado la muy legítima exigencia de Bolivia, de que, en
compensación de su valioso Litoral, se le conceda por lo menos la soberanía de
un puerto para su comunicación libre e independiente con los demás Estados del
mundo civilizado”.
La legítima exigencia de un
puerto se funda en que Bolivia quiere asegurar su comunicación libre e
independiente con el resto del mundo.
En presencia de tal deseo,
alguien se atrevería a pensar que Bolivia carece de una comunicación libre e
independiente o que, por lo menos, el gobierno de Chile estorba de alguna
manera la libertad de sus comunicaciones; V.E. sabe que ni una ni otra cosa son
verdaderas.
El hecho público, positivo e
incontestable es que el gobierno y el pueblo de Bolivia están en posesión de la
más absoluta libertad e independencia para sus comunicaciones de todo género.
El gobierno y el pueblo de Chile se encuentran en la misma situación,
exactamente en la misma favorable condición que el gobierno y el pueblo bolivianos.
Abrigo la convicción de que un
puerto propio no añadiría nada al comercio ni al poder de Bolivia.
Durante la paz, Bolivia
exportará sus productos por los puertos chilenos y especialmente por
Antofagasta y Arica, que serán puntos de término de líneas férreas y, por
consiguiente, puertos francos. Bolivia tendrá en ambos puertos sus empleados de
aduana que dependerán exclusivamente de las autoridades de su país. Actualmente
funcionan en Antofagasta empleados chilenos y bolivianos en la aduana de ese
puerto, con verdaderas ventajas para Bolivia y sin tropiezo de ninguna clase.
Si mas tarde intentase Bolivia
levantar un empréstito en Europa, dando como garantía la renta de sus aduanas,
no sería, ciertamente, un estorbo para esta operación financiera el hecho de
que las entradas aduaneras de Bolivia, afectas al pago de aquel empréstito, se
cobraran en un puerto chileno, ya que, felizmente, el crédito de mi país goza
generalmente en el mundo de sólida y merecida reputación.
Lo que interesa vivamente a esta
nación son los caminos, las líneas férreas, sobre todo, que la pongan en
contacto con los puertos chilenos. Fletes baratos, facilidad de comunicaciones,
he aquí lo importante y vital para prosperar durante la paz.
En tiempo de guerra, las
fuerzas de Chile se apoderarían del único puerto boliviano con la misma
facilidad con que ocuparon todos los puertos del Litoral de Bolivia en 1879.
Esto no es un vano orgullo,
porque sabido es de todos los que conocen los recursos de mi país que su poder
ofensivo se ha centuplicado en los últimos veinte años. Si todo lo dicho mas
arriba es verdadero, hay que confesar, señor Ministro, que un puerto propio no
es indispensable y que su adquisición no aumentaría el poder de Bolivia en
tiempo de paz, ni en tiempo de guerra.
Y si el dominio de una angosta
faja de terreno y de un puerto, que en nada aumentarían el poder productivo y
guerrero de esta nación, es el único obstáculo que encontramos para firmar una
tratado de paz ¿no es natural que los espíritus patriotas y bien inspirados
dejen a un lado tales pretensiones y busquen otros caminos para llegar a una
solución conveniente?
Manteniendo la exigencia de un
puerto se va a lo desconocido, se agrava la situación actual, de suyo precaria
y llena de peligros; abandonándola, se facilita el acuerdo entre los dos
países, se quita el único obstáculo que impide la celebración del tratado de
paz.
En materia tan delicada es
preciso juzgar con ánimo sereno y no apasionado, olvidar ideas preconcebidas y
ver las cosas tales como son y no como pudieran ser.
El hombre de estado debe mirar
más allá del día de mañana.
Es propio de políticos vulgares
aferrarse a una idea que esté en armonía con el sentimiento público dominante,
porque de esta manera no hay necesidad de observar y estudiar, ni menos de
combatir: basta y sobra con dejarse llevar.
Yo desearía, señor Ministro,
que un espíritu culto, inteligente y perspicaz como el de V.E., abandonara el
camino fácil y trillado y entrara a investigar si conseguir la buena y perpetua
amistad de Chile, importa para Bolivia mucho más que una angosta faja de
territorio estéril y un puerto enclavado en ella.
Medítese un momento y se
llegará a esta conclusión: que la mistad de Chile puede ser en gran manera
provechosa para Bolivia, al par que la tirantez de relaciones entre ambos
países no daría para ella el mismo resultado. Cualquier espíritu sereno se
inclinará a creer que los hombres de estado de este país no trepidarán en la
elección.
Hace muchos años que mi país
desea convertir el Pacto de Tregua en tratado de paz, arreglar de una manera
definitiva todas sus diferencias con Bolivia. Chile quiere dedicarse al trabajo
con sosiego, sin sobresaltos, y aspira, como es natural, a una paz honrosa,
permanente, y que reporte utilidades a ambos pueblos. Una serie de
acontecimientos, muy desagradables algunos, le han hecho ver, además, que hay
absoluta necesidad de terminar cuanto antes todas estas dificultades de
vecindad.
No podemos esperar más. El
gobierno y el pueblo de Chile consideran que han esperado con paciencia.
Según nuestro criterio, las
bases propuestas por Chile son equitativas, las únicas compatibles con la
situación actual. Sería una verdadera desgracia que el Congreso Boliviano
pensara de distinta manera.
Es un error muy esparcido y que
se repite diariamente en la prensa y en la calle, el afirmar que Bolivia tiene
derecho de exigir un puerto en compensación de su Litoral.
No hay tal cosa. Chile ha
ocupado el Litoral y se ha apoderado de él con el mismo título con que Alemania anexó al imperio la Alsacia y la
Lorena, con el mismo título con que los Estados Unidos de la América del Norte
han tomado a Puerto Rico. Nuestros derechos nacen de la victoria, la ley
suprema de las naciones.
Que el litoral es rico y que
vale muchos millones, eso ya lo sabíamos. Lo guardamos porque vale; que si nada
valiera, no habría interés en su conservación.
Terminada la guerra, la nación
vencedora impone sus condiciones y exige el pago de los gastos ocasionados.
Bolivia fue vencida, no tenía con que pagar y entregó el Litoral.
Esta entrega es indefinida, por
tiempo indefinido; así lo dice el Pacto de Tregua: fue una entrega absoluta,
incondicional, perpetua.
En consecuencia, Chile no debe
nada, no está obligado a nada, mucho menos a la cesión de una zona de terreno y
de un puerto.
En consecuencia, también, las
bases de paz propuestas y aceptadas por mi país y que importan grandes
concesiones a Bolivia, deben ser consideradas no sólo como equitativas, sino
como generosas.
Es de esperar que los miembros
del Congreso, diputados y senadores, que conocen su país y desean su bienestar,
procedan con el espíritu elevado y justiciero que se necesita para dar termino
a todas las dificultades pendientes.
Confiando en que al tomarse sobre
estos graves asuntos una resolución final, ella se inspire a la vez en los bien
entendidos intereses de Bolivia y en las benévolas disposiciones de Chile, me
es particularmente grato, señor Ministro, dejar aquí constancia de la
cordialidad en que se han inspirado las negociaciones que he tenido el honor de
gestionar con V.E. y del elevado espíritu con que han sido sostenidas las
discusiones a que ellas han dado lugar.
Aprovecho esta oportunidad de
renovar a V.E., los sentimientos de mi más alta y distinguida consideración y
especial aprecio.
(Firmado)- Abraham
König.
A. S.E. el señor Ministro de
Relaciones Exteriores de Bolivia, don Eleodoro Villazón.