LA REVOLUCIÓN FRANCESA
La Revolución Francesa es uno de los grandes acontecimientos de la historia de la humanidad, porque destruyó el sistema político, social y económico existente hasta el siglo XVIII, reemplazándolo por un nuevo régimen que en sus líneas generales subsiste hasta hoy en la mayor parte de los países de Occidente: el Estado liberal y democrático.
ANTECEDENTES DE LA REVOLUCIÓN
1) Antecedentes Políticos.
El principal antecedente fue el absolutismo que se había hecho incompatible con la Ilustración y la monarquía liberal, por lo que existía una aspiración general hacia la libertad. A esto se suma la arbitrariedad de la organización del Estado, el cual carecía de unidad administrativa y jurídica, de un sistema adecuado de cobro de los impuestos, mientras mantenía la desigualdad ante la ley y los tributos.
2) Antecedentes Económicos.
La Revolución no fue el fruto del descontento de las masas populares, ya que la clase más descontenta era la burguesía, que había adquirido conciencia de su fuerza y aspiraba, por eso mismo, a tomar participación en el gobierno. Deseaba romper las trabas del mercantilismo para seguir por el camino del liberalismo económico, que estaba más de acuerdo con las nuevas condiciones de la economía. Esta nueva política le permitiría enriquecerse aún más y controlar el Estado.
Por otra parte el estado se hallaba sumido en agudos apuros financieros, endeudado con la propia burguesía, de la cual los reyes venían obteniendo empréstitos que ya no podían cancelar. Le era preciso, pues, tomar las riendas del poder a fin de salvar sus capitales de una inminente bancarrota o quiebra fiscal que la hubiese arruinado.
Además, la guerra de América terminó de arruinar las finanzas del Estado francés. Para financiar los ingentes gastos que ella originó, los gobernantes no hallaron ora solución que contratar nuevos empréstitos, pues las clases privilegiadas se negaban a pagar impuestos.
3) Antecedentes Intelectuales.
El conjunto de ideas en que se basó el programa de acción revolucionario, lo proporcionó la Ilustración que aportó las ideas liberales de Locke, Volatire y Montesquieu entre otros y que como contrapartida encontró en el liberalismo económico de los fisiócratas y de Adam Smith el apoyo para destruir las barreras del sistema mercantilista.
Pero la Ilustración aportó además la idea democrática. El concepto de igualdad natural de los hombres, de la oposición a los privilegios y de la soberanía popular halló su mejor exponente en Rousseau, partidario decidido de la supremacía de las mayorías.
4) Antecedentes Externos.
El ejemplo externo se encontró en el reformismo político del Despotismo Ilustrado y la independencia de los Estados Unidos. Muchos de los militares y nobles franceses que lucharon por la libertad de ese país, regresaron a Francia imbuidos en los principios de los derechos del hombre como el fue el caso del marqués de La Fayette.
COMIENZO DE LA REVOLUCIÓN
1) Los orígenes de la crisis.
El sucesor de Luis XV, su nieto Luis XVI, era un príncipe de inteligencia mediocre y completamente falto de carácter. Gordo, pesado y robusto, sólo sentía inclinación por la caza y por los trabajos de cerrajería. Su esposa, María Antonieta de Austria, hija de la emperatriz María Teresa y hermana de José II era una mujer frívola, pródiga y amiga de nobles opuestos a todo tipo de reformas.
Entre los ministros del rey sobresalió Turgot, sabio economista, honrado y enérgico que se propuso poner término de una vez a los males que aquejaban a la Francia, realizando tres medidas de verdadera eficiencia: economías en los gastos públicos, libertad de trabajo, comercio e industrias, y supresión de los privilegios. Mas la violenta oposición de la reina y de los privilegiados lo derribó del poder.
Después de la caída de otros dos ministros, Nécker y Calonne, que en vano habían propuesto reformas, Luis XVI convocó a una asamblea de notables, formada por los privilegiados, a fin de proponerles contribuyeran al pago de impuestos. Pero los privilegiados, para impedir tal cosa, negaron a la corona la facultad de variar los tributos y reclamaron el derecho de la nación a votar sus impuestos y para ello, exigieron la convocación de los Estados Generales, donde esperaban hallar el medio de establecer una nueva organización del Estado, que limitaría el poder real y les devolvería a ellos el gobierno del país.
Luego, los primeros autores de la revolución fueron los privilegiados. Ellos provocaron al exigir la convocación de los Estados Generales. La burguesía, que no tenía ningún medio para obligar al rey a convocarlos, se limitó a aplaudir, en espera de recoger los frutos de tal medida.
2) Los Estados Generales
El gobierno cedió a la exigencia de los nobles. De nuevo ministro, Necker hizo decidir que el estado llano tendría en los Estados Generales tantos diputados como la nobleza y el clero juntos, en razón de representar él la masa de la nación.
La burguesía tenía pretensiones moderadas pidiendo la monarquía constitucional, la supresión de los privilegios, la libertad económica, la libertad religiosa y de prensa, la igualdad ante la ley, la unificación legislativa, aspiraciones a la cuales subscribía también una parte del clero y de la nobleza.
Pero el grueso de los privilegiados, atemorizado ante estas pretensiones, se unió a la corte e hizo resistencia a las reformas propuestas. El rey, por su parte, se dejó dominar por el círculo de la reina, y en vez de acceder a lo que se pedía, se decidió a mantener el absolutismo.
Dentro de la misma asamblea estalló en seguida el conflicto. Los dos órdenes privilegiados sostenían que las votaciones debían hacerse por orden, lo que les habría dado siempre la mayoría de 2 contra 1. El Estado Llano, más numeroso, abogaba por el voto por cabeza, lo que significaba para él triunfar por 584 contra 561. Como no se llegara a acuerdo, los diputados de la burguesía se separaron de sus colegas y se constituyeron por sí y ante sí en asamblea constituyente, jurando en la sala del juego de la pelota no separarse mientras no hubiesen dado a la Francia una constitución y realizado las reformas. Este fue el primer acto revolucionario (23 de junio de 1789).
EL DESARROLLO DE LA REVOLUCIÓN
1) La Asamblea Constituyente (1789-1791).
Después de algunas vacilaciones, Luis XVI reconoció los hechos consumados y ordenó a los otros dos órdenes incorporarse a la asamblea. Con ello terminaba el absolutismo, sin violencias ni derramamiento de sangre.
Sin embargo, el rey volviendo sobre sus pasos, concentró tropas extranjeras y se dispuso a dar un golpe de Estado para deshacerse de la Asamblea, al mismo tiempo que dejaba fuera del gobierno al ministro Necker, que se había hecho popular por su política favorable al estado llano.
Pero la asamblea fue salvada por la defección del ejército y por la sublevación del pueblo de París. La carestía de pan, agravada por los acaparadores, era una de las causas del descontento de la multitud. A esto hay que agregar la activa propaganda de diarios y folletos, alimentada en gran parte por el dinero de los banqueros.
El 14 de julio, ante el temor del golpe de Estado, las masas, en busca de armas, se lanzaron contra la Bastilla, que estaba defendida por un puñado de suizos e inválidos. Resistió cinco horas el ataque de las turbas enfurecidas, capitulando en seguida. Su gobernador fue asesinado.
2) Las Reformas de la Constituyente.
Después de la toma de la Bastilla, la agitación se extendió a los campos. Entre los aldeanos y los campesinos se produjo “el gran miedo”, terror colectivo que indujo a las gentes a tomar las armas para defenderse, según se decía, de las masas hambrientas que las ciudades arrojaban sobre os campos a causa de las malas cosechas que se obtuvieron ese año. Pero una vez pasado el pánico, los campesinos se lanzaron sobre los castillos, quemaron los archivos señoriales y se negaron a pagar los derechos feudales.
Para poner atajo al desorden, la Asamblea se decidió a ratificar el hecho consumado y generar una revolución social aboliendo los privilegios y proclamando la igualdad de derechos; a la vez que la nobleza y el clero renunciaban a los derechos feudales y al cobre del diezmo.
Para construir un nuevo régimen, la Asamblea acordó proclamó los principios filosóficos que servirían de base al nuevo orden. Tal fue la “Declaración de derechos del Hombre y del Ciudadano” que proclamaba que los hombres nacen y permanecen libres, entendiendo la libertad como la facultad de hacer todo lo que no perjudique a otro. Reconoció también la igualdad y la propiedad, esta última, como un derecho inviolable y sagrado. Además proclamó la soberanía nacional, entendiendo que la nación delega su poder en un gobierno responsable ante ella, y si el gobierno falta a su deber, los ciudadanos tienen el derecho de resistir a la opresión.
Para poner fin a la crisis financiera y cubrir el déficit fiscal, los bienes de la Iglesia fueron nacionalizados o convertidos en bienes nacionales, los que servirían de garantía a una especie de papel moneda, los “asignados”, los que si bien sirvieron en un principio para pagar la deuda fiscal, no tardaron en desvalorizarse a causa de que se les siguió emitiendo con el fin de pagar nuevas deudas surgidas posteriormente.
La Asamblea realizó otras reformas económicas como la abolición de los gremios y corporaciones, aunque al mismo tiempo, prohibió a los obreros asociarse y declararse en huelga. También de acuerdo con el liberalismo económico, se estableció la más completa libertad de comercio interior, suprimiendo las aduanas entre provincias, las reglamentaciones y la mayor parte de los impuestos indirectos.
En materia jurídica se dictó la Constitución de 1791 aprobada por la Asamblea Constituyente, que estableció el sufragio censitario, es decir, sólo votaban los ciudadanos que pagaban un cierto mínimo de contribuciones. Ellos formaban, además, la guardia nacional, institución armada que había sido organizada por los burgueses ante el temor que comenzaba a inspirarles la intervención del bajo pueblo en la revolución. La Constitución reposó sobre el principio de la separación de poderes, lo que significó el fin de la monarquía absoluta. El poder ejecutivo estaba a cargo del rey, ya no, “rey de Francia por la gracia de Dios”, sino “rey de los franceses”, aunque siempre inviolable, sagrado y hereditario por orden de primogenitura masculina. El monarca mandaba al ejército y a la marina, nombraba a los funcionarios y escogía libremente a sus ministros, los cuales sólo serían responsables ante él. Además, sólo tendría derecho de veto suspensivo en materia de leyes.
El poder legislativo quedó a cargo de una Asamblea Legislativa elegida por dos años, a la cual el monarca no podía disolver y que poseía la iniciativa legal y el voto exclusivo del presupuesto. El poder judicial, quedó a cargo de jueces y jurados.
No contentos con privar al clero de sus privilegios y de sus riquezas, los constituyentes, imbuidos en los principios galicanos, se empeñaron por sustraer a la Iglesia francesa de la autoridad del Papa, haciendo de ella una iglesia nacional. Con este fin los obispos y sacerdotes serían elegidos por los electores y debían sujetarse a la autoridad del Estado y jurar fidelidad a la nueva Constitución. Algunos refractarios se negaron a prestar juramento, mientras una minoría, los juramentados, aceptaron el nuevo orden. Francia se vio desde ese instante dividida en dos bandos religiosos, lo que vino a perturbar la marcha de la revolución hasta terminar por desencadenar la guerra civil en las regiones del oeste.
3) El Intento de Fuga de la Familia Real.
Luis XVI, sólo pensaba en huir de Francia para colocarse bajo la protección de las tropas fieles de la frontera y obtener el apoyo de los monarcas absolutistas de Austria y Prusia a fin de volver a ocupar el trono como soberano absoluto. Muchos nobles, los emigrados, ya habían salido de Francia, El rey huyó de París con su familia; pero, reconocido en el trayecto, fue enviado a la capital y suspendido de su autoridad por la Asamblea, que asumió así todo el mando. La fuga de Luis XVI produjo una profunda decepción entre los revolucionarios. Al ver que, suspendido el monarca, la Asamblea se mostraba incapaz de gobernar a Francia, los más exaltados pensaron en la posibilidad de instaurar el sistema republicano. Los revolucionarios quedarían divididos, pues, entre republi¬canos y monarquistas constitucionales.
4) La Asamblea Legislativa (1791-1792)
La Constituyente devolvió a Luis XVI sus poderes constitucio¬nales y se disolvió, cediendo el paso a Asamblea Legislativa instituida por la Constitución de 1791.
El ala izquierda de la Legislativa la formó el grupo llamado más tarde “los girondinos”, en razón de que muchos de sus miembros habían sido elegidos diputados por la región de la Gironda. Pertenecían a los elementos intelectuales de la burguesía y se hallaban ligados a los comerciantes, armadores y banqueros, toda gente adicta al liberalismo económico. Frente a las maqui¬naciones de los emigrados y del rey, empeñados en obtener la intervención de las potencias para hacer la contrarrevolución y restaurar el antiguo régimen, los girondinos propiciaban la guerra que serviría para extender la frontera hasta el Rhin y propagar la revolución por Europa.
El rey de Prusia y el emperador, escuchando en parte las solicitaciones de Luis XVI y de la reina, mediante la declara¬ción de Pilnitz (1791), habían amenazado con intervenir por las armas en los asuntos de Francia, lo que unió a los france¬ses en torno al partido girondino.
Lo girondinos logran entonces imponer al rey un ministerio girondino y la declaración de guerra al Austria, medida que el monarca no resistió gran cosa, convencido como estaba de que los franceses serían derrotados y de que él volvería al poder con el apoyo del extranjero vencedor (abril de 1792).
El ejército francés, desorganizado por la emigración de los jefes y oficiales (todos ellos nobles) e indisciplinado por la propagan¬da revolucionaria, sólo experimentó espantosos fracasos. Los franceses fueron rechazados por los austríacos cuando intentaron invadir Bélgica, mientras los prusianos, aliados de aquéllos, iniciaban la invasión de Francia. Su jefe, el duque de Brunswick, lanzó un manifiesto en que amenazaba entregar a París “a una ejecución militar y a la subversión total” si se cometía el menor ultraje contra la familia real.
Esta actitud del general prusiano, fue la señal de la lucha armada entre el pueblo de París y las fuerzas leales que defendían el palacio real. El 10 de agosto estalló una formidable insurrección popular dirigida por una comuna insurreccional, que lanzó contra las Tullerías y apoderaron de ellas.
El rey y su familia, que se habían refugiado en la Asamblea después del combate, fueron encerrados en la Torre del Temple, antiguo castillo que había sido de los caballeros templarios.
La Asamblea Legislativa, que había perdido su autoridad, se disolvió después de convocar, por sufragio universal, a elecciones de una nueva asamblea, que fue la Convención (septiembre de 1792).
La comuna insurreccional permitió o toleró las famosas “matanzas de septiembre”, en que bandas de hombres, armados penetraron en las cárceles y asesinaron sin proceso a los suizos, los nobles y los sacerdotes refractarios que allí estaban re¬cluidos.
Por otro lado, en la batalla de Valmy (1792) el general Dumouriez, logró detener el avance prusiano y salvar la revolución mientras el duque de Brunswick, hubo de ordenar la retirada (20 de septiembre).
5) La Convención (1792-1795).
La Convención, elegida por sufragio universal y bajo la influen¬cia de los numerosos clubes jacobinos repartidos por toda Fran¬cia, resultó ser la expresión de la voluntad de la mediana y baja burguesía, antimonárquica, republicana y democrática. La Convención fue elegida sólo por un décimo de los electo¬res, los más exaltados. El resto no votó atemorizado por las matanzas de realistas que siguieron al 10 de agosto.
La Convención decretó la abolición de la monarquía (21 de septiembre). En seguida, sin proclamar abiertamente la repú¬blica, acordó que los documentos públicos serían fechados en el año I de la República, y a indicación de Dantón declaró que la república francesa era "una e indivisible".
Los girondinos, que habían formado la izquierda de la Legislativa, pasaron a constituir la derecha de la Convención. Eran republicanos y demócratas; pero se oponían a la intervención en el gobierno de la comuna de París y de los elementos exaltados que la formaban, lo que los inclinaba a apoyarse en la burguesía moderada. Repudiaban los procedi-mientos de violencia para afianzar la república y sentían el más profundo respeto por las formas legales. Ligados a la burguesía comerciante, eran apasionadamente adictos a la libertad econó¬mica y se oponían a toda reglamentación de precios. Sus jefes, eran no¬tables oradores, pero no hombres de acción.
En la Convención fuera de los jacobinos y los girondinos, era posible distinguir también a los montañeses que ocupaban los bancos elevados de la sala de sesiones. Eran tan demó¬cratas y tan republicanos como los girondinos, pero se diferen¬ciaban de ellos en que aceptaban las medidas violentas y terroristas propiciadas por la comuna y por los jacobinos de París para salvar a Francia de la invasión extranjera y de los enemigos del interior. Sus principales jefes eran Dantón, Robespierre y Marat.
La Llanura o el Pantano correspondía a la masa de la Convención, que siempre, estuvo oscilando entre las dos facciones extremas. De procedencia burguesa, lo mismo que la Gironda y la Montaña, en el fondo temía al pueblo, sentía repugnancia por la violencia arbitraria y sanguinaria y miraba como un dogma la libertad económica. Sin embargo, compren-diendo la necesidad de salvar la Revolución, accedió a las medidas extremas que exigían la Montaña y la comuna, a título provisorio y mientras se obtenía la victoria.
Los montañeses imponen el enjuiciamiento del rey y de los girondinos (1792). El proceso del rey se inició y continuó ante la Convención, que lo declaró culpable por unani¬midad y lo condenó a muerte por 380 votos contra 310. Fue ejecutado el 21 de enero de 1793. Los montañeses acusaron a los girondinos de haber querido salvar al rey, pues habían pedido la ratificación de la sentencia por el pueblo. Esta acusación, unida a la traición de Dumouríez, que se entregó a los austríacos y a quien ellos sostenían, terminó por arruinar su prestigio. Las fuerzas armadas de la comuna (el “ejército revolucionario”) rodearon la Convención, apuntaron contra ella sus cañones y la obligaron a decretar el arresto de 29 diputados girondinos que fueron guillotinados.
6) El Terror (1793-1794).
Después de la caída de la Gironda, la Convención redactó la Constitución de 1793, que fue aprobada por un plebiscito y que nunca se aplicó debido a las necesidades de la guerra lo que permitió establecer una dictadura montañesa implaca¬ble.
En el exterior, la muerte del rey provocó una coalición general y Francia fue invadida por todas sus fronteras. En el interior, el peligro era no menos grave. Estalló la insurrec-ción de la Vendée, donde los campesinos se sublevaron para resistir el decreto de la Convención que les ordenaba enrolarse en los ejércitos de la república y combatir lejos de sus hogares. Sublevación a la que vino a agregarse la insurrec-ción girondina, llamada también "federalista”, provocada por los diputados que habían logrado huir de París.
Se estableció entonces una dictadura destinada a hacer frente a los enemigos de adentro y de afuera, salvar la Revolución, y evitar el desmembramiento de Francia y la vuelta al Antiguo Régimen. Tal fue el Terror.
En este gobierno revolucionario provisional la Convención continuó detentando la autori¬dad suprema mientras sus comités formaban el poder ejecutivo. Entre estos estacaba:
a) El Comité de Salvación Pública. Integrado por doce diputados elegidos por la Convención poseía poderes extraor¬dinarios para dirigir la defensa nacional, tanto en el exterior como en el interior. Constituía por sí solo una dictadura de varias cabezas.
b) El Comité de Seguridad General. Tuvo a su cargo las funciones de policía, vigilando y apresando a los sospechosos, es decir, a los enemigos de la república y a los que no trabajaban por ella.
c) El Tribunal Revolucionario. Formado por jueces y jurados designados por el Comité de Salvación pública, del cual eran dóciles instrumentos. Sus atribuciones consistían en Juzgar a los sospechosos. La ley de los sospechosos ordenaba el arresto de todos los individuos que no pudiesen presentar un certificado de civismo otorgado por la municipalidad respec-tiva.
d) Los Representantes en Misión. Eran diputados de la Convención a quienes se enviaba a provincias o a los ejércitos en campaña, premunidos de plenos poderes.
La energía del sistema permitió el triunfo del gobierno revolucionario sobre todos sus enemigos. En cuanto a la gue¬rra, las tropas de la Convención lograron avanzar más allá de las fronteras. Pero estas victorias fueron manchadas por odiosos excesos. Las víctimas del Terror se han calculado en cuarenta mil.
7) La Dictadura de Robespierre.
No tardaría en quedar Robespierre como único director del Terror. Al renovarse enteramente el Comité de Salvación entró en él Robespierre y varios de sus amigos.
Luego de guillotinar a todos sus enemigos políticos, Robespierre se propuso fundar la Repú¬blica de la Virtud transfor¬mando el deísmo de los filósofos en religión del Estado, bajo el nombre de Culto deI Ser Supremo y de la inmortalidad del alma.
Las actitudes de dictador y de pontífice que afectaban a Robespierre le atraían las burlas de los propios terroristas. Por otra parte, las victorias de los ejércitos revolucionarios hacían pensar que ya nada justificaba la continuación del Terror. Final¬mente, dentro del propio comité se produjo una división profunda entre sus miembros, muchos de los cuales no estaban dispuestos a seguir sufriendo el ascendiente personal de Robes¬pierre y hasta temían por sus propias cabezas. Todos estos sentimientos iban a permitir la coalición de los extremistas y de los moderados contra el dictador. Los completados pidieron el arresto de Robespierre en la tumultuosa sesión del 9 de Thermidor (27 de julio de 1794). La Convención votó la petición en medio de los gritos de "abajo el tirano". Robespierre y sus amigos fueron guillotinados sin juicio previo al día siguiente.
Luego, bajo la presión de la opinión pública y la influencia de los triunfos militares, se fue privando a los comités y al Tribunal de casi todos sus poderes, se llamó a los diputados proscritos, se clausuró el club de los Jacobinos, etc. Tal fue la llamada “reacción termidoriana” que devolvió el poder a la alta burguesía, representada por los elementos moderados de la Convención (llanura, girondinos sobrevivientes, etc.).
A la sombra de la reacción, el partido realista empezó a renacer entre las clases altas, aunque bajo el disfraz de republi¬cano moderado. Los petimetres o jóvenes elegantes, armados de garrotes, apaleaban en las calles a los jacobinos, mientras en el sur de Francia se producía un verdadero terror blanco contra los republicanos.
A fines de 1795 la Convención se separó a los gritos de "¡Viva la república!" y después de haber aprobado una nueva constitución. Esta constitución del año III estableció una repú¬blica burguesa y censitaria en que sólo tuvieron derecho a voto los ciudadanos que pagaban una contribución directa. El sufra¬gio universal quedaba, pues, suprimido.
En el orden económico, se derogó la ley del máximum y se volvió al liberalismo económico.
8) La obra de la Convención.
En medio de las luchas de partidos, que la destrozaban, la Convención realizó una obra gigantesca, que podemos resumir en la siguiente forma:
a) La defensa nacional. Frente a la guerra civil y a la guerra extranjera, la Convención tuvo que defender a la vez a la Revo¬lución y a Francia. Lo consiguió plenamente dejando al país agrandado con Bélgica y los territorios de la orilla izquierda del Rhin, llamadas "las fronteras naturales".
b) Reforma financiera. Todas las deudas del Estado, fue¬sen de la época de la monarquía o de la república, fueron inscritas en el Gran libro de la deuda pública y convenidas en rentas al 5% de interés.
c) Reforma comercial. Creó un sistema de pesos y medi¬das científicamente establecido, el sistema métrico, adoptado por casi todos los países civilizados y que puso término a la anarquía que antes reinaba en esta materia.
d) Reforma religiosa. Estableció en 1794 el régimen de la separación de las Iglesias y del Estado.
e) Reforma jurídica. Inició la reforma de la legislación con el estudio del Código Civil, terminado más tarde, bajo el gobierno de Napoleón.
f) La obra educacional y cultural. En estas materias, la obra de la Convención fue considerable. Aprobó el principio de gratuidad y obligación de la enseñanza primaria, creó los esta¬blecimientos de educación secundaria y creó o reorganizó gran número de escuelas especiales y de establecimientos científicos y artísticos: Escuela Normal, Colegio de Francia, Escuela de lenguas orientales, Museo, Conservatorio de Artes y Ofi¬cios, Biblioteca y archivos nacionales, Museo del Louvre, Escuelas de derecho y de medicina. Escuela de minas. Escuela politécnica e Instituto de Francia, que reemplazó a las acade¬mias del Antiguo Régimen.
9) El Directorio (1795-1799).
Al régimen establecido por la Constitución del año III se le da el nombre de Directorio, a causa de que el poder ejecutivo estuvo a cargo de un directorio de cinco miembros. Estos directores eran elegidos por un parlamento bicameral elegido por sufragio censitario, formado por el Consejo de los Ancianos y el Consejo de los Quinientos.
Dentro del nuevo régimen, el poder recayó en una plutocracia, de tendencias moderadas. El Direc¬torio, cuya misión era defender la república, entró luego en lucha con los realistas y con la extrema izquierda de antiguos montañeses, jacobinos y obreros, que aspiraban a una república democrática. De unos y de otros se defendió por medio de golpes de Estado. Esto, la crisis fiscal y la corrupción desprestigiaron al Directorio.
Finalmente, en vez de liquidar el período de guerras de la Revolución, el Directorio las hizo interminables al insistir en la vieja política agresiva de conquistar las fronteras naturales.
10) Las Campañas Militares de Bonaparte.
El tratado de Basilea (1795) había asegurado la paz con casi todos los enemigos de Francia, excepto Inglaterra y Austria, que no podían tolerar la dominación francesa sobre la orilla izquierda del Rhin.
a) La Campaña de Italia (1797). Bonaparte, después de atra¬vesar los Alpes, desconcertó al enemigo con su rapidez. Antes que lograsen reunirse los austríacos y los sardos, derrotó a unos y otros. Los segundos firmaron la paz, cediendo Niza y Saboya. En seguida obtuvo sobre Austria las tres grandes victorias de Lodi, Arcóla y Rívoli, que le entregaron todo el norte de Italia y le permitieron marchar sobre Viena y forzar a los austríacos a solicitar la paz. Por el Tratado de Campo Formio (1797) Austria reconoció a Francia la frontera del Rhin, además de casi todo el norte de Italia, donde Bonaparte estableció pequeñas repúblicas aliadas. Este tratado fue la negación de todos los principios de la Revolución, pues no consultaba la voluntad de los pueblos y sólo se basaba en la fuerza.
b) Campaña de Egipto (1798). Sólo quedaba un enemigo: Inglaterra, invulnerable en sus islas gracias al dominio del mar. Bonaparte, propuso al Direc¬torio intentar la conquista de Egipto, país que serviría de base de operaciones para atacar a la India, principal colonia inglesa, hiriendo de esta forma la riqueza británica.
Napoleón Bonaparte desembarcó en Egipto y en seguida venció a los mamelucos en la famosa batalla de las Pirámides (1798), que lo puso en posesión de El Cairo. Pero el 1° de agosto ocurrió un espantoso desastre; la flota francesa, que había escapado hasta entonces a la escuadra inglesa, fue destruida por Nelson en la batalla de Abukir, lo que dejaba a Bonaparte aislado en Egipto.
Bonaparte acudió a Siria, donde derrotó al ejército turco al pie del monte Thabor (1799). En seguida regresó a Egipto y se embarcó secretamente para Francia, deseoso de actuar en la política interna y de poner su espada contra una nueva coali¬ción. En 1801 los franceses evacuaron Egipto.
Mientras se desarrollaba la expedición a Egipto, Inglaterra organizó una segunda coalición, aliándose con Nápoles, Austria, Rusia y Turquía, para impedir la extensión de Francia hasta el Rhin (1798), la ocupación de Egipto y la transformación de los Estados papales en una república.
EL FIN DE LA REVOLUCIÓN
1) Derrocamiento del Directorio.
La inmoralidad del Directorio lo había desprestigiado completa¬mente. De acuerdo con los directores Sieyés, Barras y Roger Ducos, los ministros Talleyrand y Fouché, la mayoría del Consejo de Ancianos y con su hermano Luciano, presidente del Consejo de los Quinientos, Bonaparte planeó un golpe de Estado.
El 18 de Brumario del año VIII (9 de noviembre de 1799), bajo el pretexto de que se había descubierto una gran conspira¬ción, los Ancianos votaron el traslado de los Consejos a Saint Cloud y nombraron a Bonaparte comandante de las tropas de París. El poder ejecutivo quedaba desorganizado con la actitud de tres de sus miembros.
Al día siguiente, 19 de Brumario, el plan estuvo a punto de fracasar porque los Quinientos juraron fidelidad a la constitución y en seguida pidieron se declarara fuera de la ley al general. Muchos diputados se precipitaron sobre él; pero los granaderos lo cubrieron con sus cuerpos y lo sacaron completamente des¬concertado de la sala de sesiones. Sin embargo; la situación fue salvada por Luciano Bonaparte, que para demorar unos instan¬tes la votación, abandonó la sala y la presidencia, tiempo que le sirvió para arengar a la tropa diciéndole que su general había estado a punto de ser asesinado por los diputados. En seguida le dio la orden de penetrar en la sala y expulsarlos de ella. Un destacamento de granaderos, al mando de los generales Leclerc y Murat, cumplió la orden del presidente de los Quinientos.
En la tarde del mismo día sesionaron los Ancianos y la minoría de los Quinientos y acordaron la supresión del Directorio y su reemplazo por tres cónsules: Sieyés, Bonaparte y Roger Dúcos.
Pero la república había sido reemplazada por la dictadura militar, primera etapa hacia una monarquía popular. La nación venía reclamando orden y paz, pero sin dar con los medios de conseguirla, pues no podía aceptar la vuelta a la antigua monarquía ni tampoco la vuelta a la república democrá¬tica y terrorista. Entre estas soluciones extremas, la clase que gobernaba, temiendo perderlo todo, tanto en una como en otra, aceptó el término medio.
EL CONSULADO (1799-1804)
El régimen napoleónico consolida a la burguesía en el poder, confirma en sus propiedades a los compradores de bienes nacio¬nales, consagra la igualdad ante la ley, somete la Iglesia al Estado y asegura la abolición de los derechos feudales y de las asociaciones gremiales acordadas anteriormente.
1) Napoleón Bonaparte.
El general Bonaparte había nacido en Ajaccio, pueblo de la isla de Córcega, en 1769, un año después de haber sido cedida dicha isla a Francia por la república de Génova. Pertenecía a una antigua familia noble pero empobrecida.
Bonaparte pudo obtener de Luis XVI una beca para estudiar en la escuela militar de Brienne. Lue¬go ingresó a la Academia Militar de París, donde obtuvo el título de teniente de artillería. La revolución le permitió hacer una rápida carrera. A los veinticuatro años era gene¬ral de brigada, y a los 27 obtuvo el comando del ejército de Italia con el grado de general en jefe.
El cansancio general permitió a Bonaparte establecer progresivamente una especie de monarquía absoluta, lo que hizo en tres etapas: consulado decenal, consulado vitalicio e Imperio.
El abate Sieyés, el teórico de la conspiración contra el Directorio, pensaba hacer de Bonaparte el dócil ejecutor de sus planes políticos; pero luego se dio cuenta de que el joven gene¬ral tenía el carácter dominador de un César, favorecido por una penetrante inteligencia, una gran ambición, un temperamento frío y una capacidad de trabajo formidable.
2) La Constitución de 1799.
Bonaparte impuso a los otros cónsules la Constitución del año VIII (1799), aprobada por un plebiscito. Se basaba aparentemente en la soberanía del pueblo, ya que todos los ciudadanos eran electores, pero votaban sólo para formar listas de notabilidades, entre los cuales el primer cónsul y el Senado elegían a los miembros de los poderes del Estado.
El Poder ejecutivo, quedó a cargo de tres cónsules nombrados por diez años por el Senado; pero en realidad sólo existía la autori¬dad del primer cónsul, que tenía en sus manos la totalidad de las atribuciones.
El Poder legislativo, fue confiado a cuatro asambleas: Consejo de Estado (que preparaba las leyes), Tribunado, (que las discutía), Cuerpo legislativo, (que las votaba) y Senado (que velaba por su mantenimiento). Los miembros de estas asambleas no eran ele¬gidos por el pueblo sino por el primer cónsul o por el Senado, según los casos, extrayéndolos de las listas de notabilidades.
Como se ve, bajo apariencias republicanas se estableció una verdadera monarquía. La soberanía popular y el sufragio uni¬versal funcionaban completamente desvirtuados. Existía un ejecutivo fuerte en la persona del primer cónsul y un legislativo débil repartido entre las cuatro asambleas.
En 1802 al firmar con Inglaterra la paz de Amiens, que reconoció la república francesa y sus fronteras naturales, el entusiasmo popular fue tan grande, que el primer cónsul aprovechó la situación para hacerse dar por un plebiscito el consulado vitalicio, y luego el derecho de designar su sucesor. En el hecho, fundaba una monarquía hereditaria.
3) La Obra del Consulado.
Las obras principales del Consulado fueron el Concordato y el Código Civil.
a) El Concordato. Después del Terror y a partir de la reacción termidoriana, se produjo un renacimiento católico entre las clases altas de la sociedad francesa. Bonaparte quiso utilizar esta corriente religiosa para atraerse al clero a su sistema de gobierno, separándolo del realismo. Para conseguirlo entabló negociaciones con el papa Pío VII. En virtud de este tratado (1801), el gobierno de la república reconocía que la religión católica era la de la mayoría del pueblo francés y, por lo tanto, aseguraba su libre y público ejercicio, nombraba los obispos y les pagaba un sueldo por cuenta del Estado. El papa, por su parte, aceptaba como válida la venta de los bienes de la Iglesia y daba la investidura espiritual a los obispos designados por el gobierno.
El Concordato fue para Bonaparte, no una obra religiosa sino una obra política, un verdadero instrumento de dominación que le permitía colocar a los obispos y a los curas (ahora funcio¬narios del Estado) bajo su autoridad.
b) El Código Civil. Promulgado en 1804 el nuevo Código consagró, aunque con reservas, los principios de igualdad y de libertad proclamados por la Revolución, y estableció la unidad de legislación para todas las regiones del país, siendo imitado y hasta copiado literalmente por numerosos Estados europeos y americanos.
a) El Concordato. Después del Terror y a partir de la reacción termidoriana, se produjo un renacimiento católico entre las clases altas de la sociedad francesa. Bonaparte quiso utilizar esta corriente religiosa para atraerse al clero a su sistema de gobierno, separándolo del realismo. Para conseguirlo entabló negociaciones con el papa Pío VII. En virtud de este tratado (1801), el gobierno de la república reconocía que la religión católica era la de la mayoría del pueblo francés y, por lo tanto, aseguraba su libre y público ejercicio, nombraba los obispos y les pagaba un sueldo por cuenta del Estado. El papa, por su parte, aceptaba como válida la venta de los bienes de la Iglesia y daba la investidura espiritual a los obispos designados por el gobierno.
El Concordato fue para Bonaparte, no una obra religiosa sino una obra política, un verdadero instrumento de dominación que le permitía colocar a los obispos y a los curas (ahora funcio¬narios del Estado) bajo su autoridad.
b) El Código Civil. Promulgado en 1804 el nuevo Código consagró, aunque con reservas, los principios de igualdad y de libertad proclamados por la Revolución, y estableció la unidad de legislación para todas las regiones del país, siendo imitado y hasta copiado literalmente por numerosos Estados europeos y americanos.
4) La Transformación del Consulado en Imperio.
Bonaparte fue en un principio muy popular, sin embargo, tuvo que luchar contra dos partidos que lo combatían con energía: los realistas, partidarios de los Borbones, y los republicanos salidos de la Revolución.
El primer cónsul aprovechó la emoción producida por dos atentados en contra de su vida para transformar el consulado en imperio. El Senado "acordó confiar el gobierno de la república al emperador Napoleón". Un plebiscito ratificó esta resolución y el papa consagró al emperador en la iglesia de Nuestra Señora de París (1804).
Bonaparte fue en un principio muy popular, sin embargo, tuvo que luchar contra dos partidos que lo combatían con energía: los realistas, partidarios de los Borbones, y los republicanos salidos de la Revolución.
El primer cónsul aprovechó la emoción producida por dos atentados en contra de su vida para transformar el consulado en imperio. El Senado "acordó confiar el gobierno de la república al emperador Napoleón". Un plebiscito ratificó esta resolución y el papa consagró al emperador en la iglesia de Nuestra Señora de París (1804).
EL IMPERIO (1804-1815)
1) El Absolutismo Imperial.
El despotismo imperial respetó los derechos de igualdad y propiedad; pero suprimió la libertad.
Los hermanos y hermanas de Napoleón formaron la familia imperial, con los títulos de príncipes y princesas; sus principales generales, fueron sus ma¬riscales; todos los ciudadanos civiles que le eran útiles forma¬ron la jerarquía imperial: cancilleres, archicancilleres, architesoreros, ministros, etc. Todos gozaban de pensiones reales, debían asistir a la corte, desempeñar determinadas funciones, vestir trajes lujosos y cumplir con una etiqueta tan complicada como la de los anti-guos reyes. Pero el emperador, personalmente, era muy senci¬llo, por lo que se ha dicho de él que “amaba el poder para mandar, pero no para brillar”. De aquí que el resto de los reyes europeos no mirasen a Napoleón sino como a un advenedizo, como a un “aventurero coronado”.
Napoleón fue un déspota y no respetó la libertad. A su juicio, las únicas conquistas de la Revolución que interesaban a la mayoría de los franceses eran la igualdad y el acceso a la propiedad por la compra de bienes nacionales.
Bonaparte, más que un hombre de la revolución, fue un hombre del siglo XVIII, un déspota ilustrado. Creía que una voluntad fuerte e ilustrada, apoyada por las bayonetas, lo puede todo. Despreciaba y temía a la multitud; no creía en la soberanía del pueblo ni en las discusiones parlamentarias.
Napoleón gobernó Francia como no lo había hecho Luis XIV, el más absolutista de sus reyes. Las libertades individua¬les fueron suprimidas: una numerosa policía, dirigida por un ministro especial, el famoso Fouché, antiguo jacobino y terro¬rista, vigilaba, espiaba o apresaba a todos los ciudadanos sospe¬chosos de no ser adictos al régimen. Numerosas prisiones de Estado fueron restablecidas y utilizadas para guardar en ellas, sin juicio previo, y "hasta la paz", a los opositores o a los sospechosos.
Se suprimió también la libertad de prensa y se estableció la censura para diarios, periódicos y libros. Los impresores no pudieron publicar libros sin haber obtenido antes el "privile¬gio" y autorización imperial.
En materia de impuestos, mantuvo la igual¬dad establecida por la Revolución.
Bajo el Consulado organizó la enseñanza secundaria fundando los liceos, y bajo el Imperio instituyó la Universidad. Los liceos debían formar oficiales y funcionarios para el emperador. En ellos se redujo considerablemente el estudio de la historia y de la filosofía, que contribuyen a formar el espíritu crítico. Profesores y alumnos estaban sometidos a disciplina militar y todas sus actuaciones se hacían al son de los tambores, lo que daba a los establecimientos el aspecto de cuarteles. En ellos debía fomentarse la adhesión al emperador, a sus hazañas y a sus virtudes.
La universidad, creada en 1808, no trataba de formar hombres de ciencia, investigadores capaces de contribuir al progreso humano, sino simples profesionales (médicos, abogados, profesores). Los establecimientos científicos creados o reorganizados por la Revolución, fueron incorporados a la Uni¬versidad.
Su absolutismo lo llevó hasta el terreno religioso. Se sirvió de la Iglesia, como de la Universidad, para apoderarse del espíritu de las nuevas generaciones. El catecismo, después de los deberes para con Dios, enumeraba los deberes para con el emperador (servicio militar, pago de impuesto, etc.), cuyo in¬cumplimiento sería castigado con penas eternas.
Este régimen, en apariencia tan fuerte, no era sólido, pues sólo se basaba en el prestigio personal de un hombre y en la gloria militar que le daban sus victorias.
LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS
La política exterior de Napoleón tenía que conducirlo a la ruina. El Imperio equivalía fatalmente a la guerra; pues como había salido de la victoria sólo podía mantenerse y fortificarse con nuevas victorias. Por otra parte, la desmesurada ambición del emperador lo conducía a querer realizar la vieja ilusión de reconstituir el Imperio Romano de Occidente, amenazando en esta for¬ma a las demás potencias y al Papado. Inglaterra se encarga-ría de organizar y financiar las coaliciones contra el Imperio.
1) Causas de la Guerra.
En principio, las guerras imperiales fueron la continuación de las guerras de la Revolución. Entre sus causas se mencionan las siguientes:
a) La desconfianza de las potencias, en particular de Ingla¬terra y Rusia, celosas de una Francia que se extendía hasta el Rhin.
b) La voluntad de las potencias de privar a Francia de sus adquisiciones y de restaurar en ella la monarquía.
c) La aspiración al Imperio universal halagaba a los franceses así como producía la alarma entre las potencias.
d) La pretensión francesa de hacer de Francia una potencia comercial e industrial recons¬tituyendo el imperio colonial que Francia había perdido en el siglo anterior, reclamando de los ingleses la devolución de los establecimientos de la India, hacer del Mediterráneo un lago francés y apoderarse del Egipto y de Siria.
2) La Batalla de Trafalgar y el Bloqueo Continental.
Iniciada la guerra por los ingleses, Napoleón acarició el proyecto de desembarcar en las islas con la ayuda de España. Pero en la batalla naval de Trafalgar, cerca de Cádiz, la escuadra franco-española de los almirantes Villeneuve y Gravina fue destruida por el inglés Nelson (1805).
A fin de arruinar a Inglaterra, promotora de las sucesivas coaliciones que se formaban en el continente, Napoleón decreta el bloqueo continental como una forma de arruinarla económicamente. De acuerdo con estos designios, por el decreto de Berlín prohibió a todos los países de Europa el comercio con Gran Bretaña. Las mercaderías procedentes de Inglaterra o de sus colonias debían ser confiscadas y destruidas.
Aunque el bloqueo no pudo ser aplicado estrictamente a causa de la gran extensión de las costas, lo que favorecía el contrabando, tuvo consecuencias económicas y políticas de trascendencia.
a) Consecuencias económicas. En la mayor parte de los países sometidos a Napoleón los productos ingleses desaparecie¬ron, lo que hizo necesario reemplazarlos por los productos nacio¬nales. Esto determinó el desarrollo de las industrias tradicionales (paños y sedas) y la creación de industrias nuevas: algodón y azúcar de betarraga, entre otras. Pero, de todos modos, el alza del costo de la vida fue tan grande que el descontento contra la domi-nación francesa subió de punto.
b) Consecuencias políticas. Para que el bloqueo produjese los efectos esperados, era indispensable que toda Europa lo pusiese en práctica. Esto arrastró a Napoleón a una política de guerras y de anexiones perpetuas que hicieron aún más impopu¬lar la dominación francesa. Así fue como anexó los Estados pontificios, conquistó Portugal e invadió España.
3) Resistencias Nacionales y Guerras de Liberación.
El reino de Portugal vivía del comercio inglés y no podía acep¬tar el bloqueo sin arruinarse. Napoleón se entendió con el rey de España, Carlos IV, y su favorito don Manuel Godoy, para hacer pasar sus tropas a través de España y conquistar Portugal (1807). Los franceses se adueñaron de este reino, cuya familia real huyó en busca de asilo a la colonia del Brasil.
Dueño de Portugal y temiendo que España se pasase a sus enemigos, creyó más conveniente reemplazar a los Borbones por un Bonaparte. La ocasión se la proporcionaron las querellas que dividían a la familia real: de una parte el rey y el favorito y de la otra el príncipe heredero Fernando VII.
Una sublevación popular, el Motín de Aranjuez, determinó a Carlos IV a abdicar en favor de Femando; pero por consejo del general francés Murat, protestó luego de que la abdicación había sido forzada y acudió a pedir la protec¬ción del emperador. Por otra parte, Murat indujo a Femando a presentarse ante Napoleón a fin de obtener su reconocimiento.
El padre y el hijo celebraron con Napoleón la famosa Entre¬vista de Bayona (1808), donde después de apostrofarse mutuamente, Femando reconoció como rey a su padre y éste abdicó en seguida en "su amigo el gran Napoleón". Napoleón colocó en el trono de España a su hermano mayor, José Bonaparte. Desde entonces el pueblo español, libró una guerra de guerrillas contra los invasores franceses, recibiendo apoyo de fuerzas inglesas al mando de Wellington.
Durante algún tiempo Rusia cumplió con sus compromisos de aliado y adhirió al bloqueo continental. Pero como la pérdida del comercio con Inglaterra le causaba graves perjuicios económicos, decidió retirarse del sistema coninental. Napoleón quiso imponer su voluntad al zar y organizóun enorme ejército al frente del cual invadió Rusia en 1812. Las trpas rusas se retiraron al interior y evacuaron Moscú donde Napoleón pudo entrar sin tropiezos. A los pocos días un incendio destruyó toda la ciudad, dejando a los franceses sin cuarteles de invierno y sin provisiones. Finalmente Napoleón dio orden de retirada.
El desastre de Napoleón fue la señal para el levantamiento general de los pueblos europeos para recuperar su independencia. Los ejércitos aliados derrotaron a Napoleón en la batalla de las naciones de Leipzig (1813) y el imperio se desintegró.
FIN DEL IMPERIO
1) Caída del Imperio y la Restauración de los Borbones (1814).
Mientras los aliados invadían Francia, Napoleón hizo un supre¬mo esfuerzo. Llamó a las armas a los nuevos conscriptos y con los restos de sus tropas veteranas se dispuso a resistir. En la campaña de Francia reveló nuevamente sus prodigiosas dotes de hombre de guerra y de organizador; pero al fin sucumbió ante el número y ante la defección de algunos de sus mariscales. El país, por lo demás, se hallaba completamente agotado.
El 6 de abril de 1814 abdicó. Los aliados le reconocieron el título de emperador y la soberanía de la isla de Elba, entre Córcega e Italia. El mismo día de la abdicación, el Senado había proclamado rey al conde de Provenza, hermano de Luis XVI, con el nombre de Luis XVIII.
La restauración de los Borbones no fue el resultado de un movimiento nacional, sino el de una intriga combinada por los aliados y el partido realista francés. Luis XVIII estableció un régimen mucho más liberal que el régimen napoleónico: la monarquía constitucional y censitaria con la Constitu¬ción 1814. Conservó casi todas las instituciones creadas por el emperador, tales como la Legión de Honor, el Concordato, los prefectos, etc., así como la organización social salida de la Revolución: igualdad ante los impuestos, libertad de culto, de trabajo y de prensa, reconocimiento de la validez de la venta de bienes nacionales.
Sin embargo, la dinastía legítima no fue popular por los siguientes motivos:
a) Hirió a la población y al ejército al emplear las fórmulas del Antiguo Régimen: Luis XVIII se tituló rey “por la gracia de Dios”, la Carta fue fechada en el decimonono año de su reinado y la bandera francesa volvió a ser la bandera blanca de los antiguos soberanos. Además, la Carta fue "otorgada" al pue¬blo francés, como una gracia que le hacía el soberano.
b) Su restauración no había sido la obra de la opinión sino de la fuerza de las potencias enemigas de Francia. Se dijo que Luis XVIII había vuelto "en los furgones del extranjero". Y, en último término, el tratado de París, firmado entre los aliados y el nuevo gobierno, había humillado a Francia al hacer¬la devolver todas sus conquistas retrotrayéndola a las fronteras que tenía en 1792.
2) Los Cien Días: Waterloo (1815)
Napoleón, conocedor del descontento de la población y del ejército, partió de la isla de Elba con 1.100 hombres y burlando la vigilancia de la escuadra inglesa desembarcó en Francia. Después marchó hacia París, en un viaje triunfal, pues las po¬blaciones le prestaron su adhesión y las tropas enviadas contra él se pusieron a sus órdenes. Luis XVIII, aterrorizado, huyó apresuradamente a refugiarse en Bélgica, confiando en el apoyo extranjero para recuperar su trono.
Napoleón ya no podía volver a restaurar el absolutismo, por lo que trató de atraerse a la burguesía liberal por medio de un régimen constitucional imitado de la Carta de 1814. No pensa¬ba tampoco en continuar la lucha contra la Europa, sino acatar el tratado de París, limitándose a gobernar sobre Francia. Mas los soberanos se negaron a entrar en negociaciones y lo declararon "fuera de la ley", como “enemigo y perturbador del reposo del mundo”.
Unos 220.000 hombres entre ingleses y prusianos, mandados respectivamente por Wellington y Blücher, formaban la van¬guardia de la coalición en Bélgica. El emperador marchó contra ellos con 124 mil veteranos que habían acudido voluntariamen¬te a colocarse bajo sus banderas. Siguiendo su sistema de arro¬jarse entre los ejércitos enemigos antes de que pudiesen juntar¬se, atacó y derrotó a los prusianos y avanzó luego sobre Wellington en Waterloo. Pero éste resistió a pie firme, dando tiempo a Blücher para llegar con sus tropas después de engañar al francés Grouchy, que estaba encargado de perseguirlo, ingle¬ses y prusianos reunidos derrotaron completamente a los franceses. El imperio se derrumbó nuevamente.
Luis XVIIÍ volvió a entrar en París detrás del ejército de los aliados.
Por el segundo tratado de París (1815) Francia quedaba reducida a los límites de 1790, pagaba una fuerte indemniza¬ción de guerra y mantenía en su territorio y por cinco años un ejército de ocupación.
Napoleón fue internado en la isla de Santa Elena, entre África y América, en medio del Atlántico, donde murió en 1821 a los cincuenta y dos años de edad.
LA RESTAURACION EUROPEA
1) El Congreso de Viena (1815)
Tan pronto como se produjo la caída de Napoleón, las potencias aliadas se dieron a la tarea de restablecer en lo posible la situa¬ción existente en Europa antes de la Revolución. Para ello convocaron a un congreso de plenipotenciarios que se reunió en Viena. En este Congreso sólo se tomó en cuenta los intere¬ses de las grandes potencias vencedoras, es decir, Inglaterra, Austria, Prusia y Rusia, quedando relegados a un segundo plano los Estados más pequeños. Además, los cambios territoriales efectuados por el Congreso sólo satis¬ficieron a los príncipes restaurados; mas no a los pueblos, que no fueron tomados en cuenta.
Sin embargo, los acuerdos de Viena fueron una tentativa para lograr el reposo de Europa. A ellos siguió, en el mismo año de 1815, la formación de la Santa Alianza o unión fraternal entre Austria, Prusia y Rusia para mantener la paz y la "frater¬nidad cristiana'', que sería después totalmente desvirtuada.
2) Consecuencias de la Revolución y del Imperio.
a) Consecuencias políticas. La Revolución y el Imperio difundieron por la Europa continental los grandes principios de libertad, igualdad y soberanía popular.
El liberalismo. En todas partes a donde llegaron los ejércitos franceses fueron abolidos los privilegios y los dere¬chos feudales. Los propios monarcas, a fin de arrastrar a sus pueblos en la lucha contra Napoleón, hubieron de ofrecer a sus súbditos regímenes constitucionales que limitaban la autoridad real.
La democracia. Además de abolir los privilegios, los revolucionarios franceses y luego Napoleón instauraban el prin¬cipio de la igualdad ante la ley. El Código Civil fue puesto en vigor en todos los países ocupados por las armas francesas. Con el tiempo, la igualdad ante la ley o democracia política será la regla general en casi toda la Europa.
El nacionalismo. De la idea de la soberanía del pueblo deriva el principio de las nacionalidades o derecho de los pue¬blos de la misma raza y tradiciones a unirse formando naciones soberanas. En este aspecto, el propio Napoleón contribuyó a preparar la unificación de Alemania y de Italia, pues simplificó el mapa político de estos países al reducir el número, de los pequeños Estados en que se hallaban divididos. A la inversa, la lucha de los pueblos contra el imperialismo francés contribuyó también a desarrollar en ellos el espíritu nacionalista.
Más tarde surgirán en muchos países los partidos naciona¬les que conducirán a la unificación o a la independencia de las naciones.
b) Consecuencias económicas. La Revolución aplicó sus principios liberales a la economía, aboliendo los gremios y corporaciones, así como toda intervención del Estado en materias económicas. Ello favoreció las iniciativas individuales y la libre empresa, aunque dejó sin protección a los trabajadores.
La economía liberal enriqueció a la burguesía y la convirtió en la clase preponderante, desplazando a la antigua nobleza de los privilegiados. La revolución industrial, que se produjo para¬lelamente, no hizo sino aumentar el poderío de la burguesía, dueña de las máquinas y de la nueva industria de fábricas que había reemplazado a los viejos talleres de artesanos.
c) Consecuencias religiosas. Si bien es cierto que la políti¬ca religiosa de la Revolución condujo al más completo fracaso y que la Iglesia católica recuperó su poder espiritual, no lo es menos que su poder social y económico quedó debilitado por la venta de sus bienes, por la secularización del estado civil y por el establecimiento de la educación laica.